SÁBADO. Moncloa da una vuelta de tuerca al protocolo episcopal para la desescalada. El BOE sentencia: “No se podrá utilizar el exterior de los edificios ni la vía pública para la celebración de actos de culto”. Leído. Un youtuber católico alerta a las masas de que el Gobierno coarta la libertad religiosa. ¿Acaso se va a responsabilizar él de las aglomeraciones que pueda provocar una procesión? Este que acusa es el mismo que hace unas semanas alegó que el virus “solo se transmite si te metes los dedos en la boca”.
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DOMINGO. San Juan de Ávila. Misa televisada. No busquen otro orador. No lo van a encontrar. En fondo y forma. Si los curas se quejan de que no se les valora es porque no han escuchado a este fraile franciscano. “¡Cuántos sacerdotes hemos visto llorar delante de los enfermos que morían sin sus familiares! ¡Cuántos sacerdotes han dado sepultura completamente solos! ¡Cuantos sacerdotes han llorado ante el sagrario de las iglesias vacías!”. Homilía para recordar, pero también para impulsar. “Las puertas de la caridad siempre han permanecido abiertas sin preguntar a nadie de dónde venía. Abiertas para salir a buscar al que está herido, ¡para cargárselo literalmente encima!”. Cardenal Amigo.
LUNES. No hay nada más peligroso que dejarse atrapar por el síndrome de Calimero. Encerrarte en el cascarón de los lamentos y buscar asistentes que te suministren pañuelos para prorrogar el llanto. Menos mal que los coros están prohibidos durante semanas. Si no, habría contratado a un grupo de mariachis para que cantaran ‘La llorona’. No lo digo por nadie. Lo digo por mí. El egoísmo de sentirse la viuda en todos los entierros me ha atrapado por unas horas.
MARTES. Fumata blanca. Es la fábrica de patatas fritas frente a mi ventana. Cónclave de reactivación. Habemus papas. Con su olor a fritanga. Normalidad.
