Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

Sacerdotes, servidores


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El sábado pasado, en Madrid, tuve la alegría de ordenar dos sacerdotes y tres diáconos, todos salesianos, hermanos míos de congregación. No es una alegría muy frecuente, desgraciadamente. De hecho, es la segunda vez, en más de cinco años de obispo, que celebro el sacramento del orden. Miento: son cuatro, porque he tenido la gran satisfacción de ordenar también a dos obispos, uno el arzobispo de Tánger y el otro nada más y nada menos que el sucesor de san Agustín, el obispo de Constantina-Hipona. Mi diócesis no da para este tipo de alegrías (pero sí para muchas otras).



¿Y por qué es una alegría ordenar sacerdotes? Porque te encuentras ante personas, normalmente jóvenes, que se han planteado la vida vocacionalmente, que han entrado en diálogo con Dios, que han escuchado su llamada y se han resuelto a responder positivamente a lo que Dios les pedía. Son personas que se la han jugado por Cristo y por su Reino.

Ni más ni menos que las parejas de cristianos que se casan sabiendo y sintiendo que, casándose, responden a un llamado de Dios: el mismo llamado que los otros, pero de distinta manera. Se trata siempre de jugársela por Cristo y de poner la propia vida al servicio del Reino de Dios. Unos, fundando una familia y viviendo el amor mutuo en la pareja, que es signo y sacramento del amor de Dios a la humanidad y de Cristo a su Esposa, la Iglesia. Los otros, en el servicio (=ministerio) a la comunidad.

Salesianos Ordenaciones010

No me alegra tanto el hecho de que haya más sacerdotes, que también, sino el constatar que hay personas que descubren que la vida es vocación, que nuestra existencia consiste en un diálogo constante y permanente entre Dios y cada uno de nosotros, diálogo de amor. Y que esto nos lleva a vivir descentrados, volcados hacia los demás, al servicio de los otros. ¡Qué cierto es que quien no vive para servir, no sirve para vivir!

Enfocar la vida

Finalmente, solo hay dos maneras de enfocar y organizar la propia vida: o la vives para ti mismo, poniéndote tú en el centro y siendo tú el objetivo, o la pones al servicio de los demás, entregándola generosamente. Soltero o casado, laico o clérigo, hombre o mujer, médico o barrendero, joven o adulto… todo eso no importa, son solamente circunstancias vitales. Lo que cuenta es responder a la vocación de servicio… a la que todos somos llamados.

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