Sigo relacionando mis textos con personas anónimas de cuyas vidas encuentro destellos ejemplares. Algo así como mis héroes actuales. En este caso con recuerdos fieles y serviciales de otros sacristanes que, silenciosos y sencillos, hacían antes –y ahora– su humilde e imprescindible servicio para cuidar, acoger, servir y acompañar al pueblo fiel. La acogida primera muchas veces. De mi paso por Salamanca recurro, como hice días atrás, a otros dos momentos de sacristanes religiosos que ahora como la mayoría han sido sustituidos por laicos bien entregados y entrenados y su relación con el ámbito de la diversidad y los migrantes.
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El primer sacristán
1.- En el noviciado había un hermano coadjutor vasco. Silencioso y tenaz en su trabajo escondido y múltiple. “Para todo”, decía. Además era un excelente cocinero, carpintero, manitas, portero y un paciente cuidador de plantas. Casi caminaba de puntillas desde su figura alta y quijotesca. Lo adoptamos como nuestro “segundo ayudante del maestro de novicios”. Para cumplir su labor siempre nos repetía palabras cortas y sintéticas. Igual que hacía con los infinitivos de los verbos que utilizaba: “Constancia, constancia”. Era la palabra que mas repetía. Ya fuera para la oración, para la devoción o para el estudio. Hacíamos lo que podíamos. Pero no se olvidaba de la cantinela mirando con sus ojos de águila perspicaz a nuestros rostros. “Constancia, constancia”.
Lo traigo a estos recuerdos por una permanente observación que hacía desde una buhardilla de la clerecía salmantina a donde de vez en cuando se subía para observar la ciudad al lado de las imponentes torres de la iglesia de la Compañía.
Estábamos entre la plaza Mayor y la Universidad. Os sea que ya nos podemos imaginar el tránsito y la variedad de la gente. De camino a la universidad caminaban bastante estudiantes extranjeros… Y más de una vez, muchas, repetía la misma observación: “Hay que ver cuanta personas de toda edad… y que son tan distintas. Pasan por calle y no son iguales ni en sus rostros y ni en sus pasos. No hay dos iguales”. Le maravillaba la diversidad. Alguno le completaba “teológicamente”: “Dios no hace fotocopias”.
¡Claro! Era la diversidad comprendida como riqueza, como asombro y reto. En una visión cotidiana.
¡Cuando la contemplaremos así, cada vez más complementariamente, en nuestro trato con los migrantes! Y cuando actuaremos en consecuencia. Porque la diversidad es la mayor riqueza de la humanidad y su respeto el mejor mecanismo para lograr la transformación social. Recibir esa visión humilde y repetida, asombrosa de la humanidad variada, esta vez con una sola frase, y aprovecharla era para los novicios aprender y reforzar, valorar y respetar las diferencias como un eje transversal en la formación integral de cada ser humano, pues la diversidad es sinónimo de humanidad; aquella que tanto me trasmitía el buen ejemplo de este hermano sacristán.
El segundo sacristán
2.- El otro sacristán al que no olvido era el responsable de la sacristía en años muy posteriores en la parroquia del Milagro de Salamanca. Otro hermano piadoso, limpio, metódico… Preocupado por las clásicas devociones y por la buena presentación de las imágenes religiosas que colocaba con mimo en la iglesia ante cualquier atisbo de comienzo y mantenimiento de devoción popular (novenas, rosarios, fiestas…).
Le religiosidad popular y las devociones que promovía el hermano sacristán y la diversidad de nuevas presencias extranjeras que entonces empezaban a introducirse –muchas veces teñidas de sospecha, o de asistencialismo, o de paternalismo- me lleva de nuevo a insistir, cada vez más, en la necesaria incorporación de dicha religiosidad popular como manera de integración, social, cultural y religiosa. Y que bien atendida y purificada conjuntamente nos hará mucho bien.
Ya vamos estando cada vez más convencidos de que el proceso de socialización de los migrantes recién llegados, y la reutilización de algunas prácticas religiosas tradicionales -como la devoción a los santos patronos, cofradías, asociaciones, etc.- tienen su importancia en la revitalización y redefinición de vínculos con las comunidades de origen y de destino. Y en su componente de solidaridad y apoyo.
Lo hacía en un entorno, como aquel de los años 80, donde la ciudad salmantina acogía a muchos estudiantes extranjeros que, a veces y como un modesto servicio, ocupaban los patios parroquiales y colegiales como espacios de encuentro de fin de semana y que era ya una expresión imparable de la variedad naciente en aquella España que dejaba de ser homogénea. También otros migrantes, junto con las personas de la comunidad, se sentían acogidos e invitados y participaban, al llegar a Salamanca, de la ilusionante, vital, cantarina, social, popular, juvenil y adulta vida parroquial trayendo la frescura de sus comunidades originarias, o de base. Y captaron a varios españoles para hacer intercambios y voluntariados fuera de España. Precisamente en dicha parroquia nació el Voluntariado Padre Arrupe (VOLPA) en Salamanca que facilitó, entre otros casos, estancias en Albania y otros países. La riqueza del encuentro, también con Entreculturas.
Muchos migrantes lo han hecho en los últimos años. Recuerdo al respecto la importancia de los ecuatorianos con la Virgen del Cisne en Logroño y la Virgen del Quinche en Madrid.
Lo dice muy bien Alberto Ares, SJ: “La Iglesia no puede quedarse anclada en el modelo asociativo de fieles, fruto de un vínculo universal que nos da el Derecho canónico, ni en una mera cofradía que aglutina la devoción popular de un pueblo. Una iglesia es todo esto y mucho más. Pero ante todo es una Iglesia viva, que acoge y reproduce ritos y costumbres locales de origen e incorpora ritos y costumbres venidos desde otras tierras. Caminar como Iglesia de Dios supone peregrinar codo a codo, mirando juntos desde la esperanza evangélica, y teniendo fuerte conciencia que somos Iglesia peregrina, Iglesia ‘migrante’. Desde esta convicción la Iglesia es sin duda un espacio trasnacional. Asimismo, en la Iglesia como espacio trasnacional”.
“Diversas son las hablas y diversos los hombres, y convendrán muchos nombres a un solo amor” (Salvador Espriu en ‘La piel de toro’, 1960).