De mis gozosos tiempos de trabajo en Logroño (hace más de 15 años) bien arropado por la comunidad y por Juan José Omella, el entonces obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño (¡con tres catedrales!) teníamos en la parroquia además de un gran equipo de colaboradores y muchas piedras vivas en variados grupos, un sacristán que trabajaba por tres. Era muy mayor y le procuramos unas horas de ayuda, con el voluntariado de un migrante sin papeles en vistas a su regularización laboral.
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Viene a cuento este recuerdo ahora que se está potenciando –con inmensa razón– la nueva regularización por iniciativa legislativa popular de los migrantes en España respaldada por 612.275 firmas, que busca resolver la situación de “entre 390.000 y 470.000 extranjeros”, según recoge la exposición de motivos de la proposición de ley.
La comisión promotora de la iniciativa la formaron la red #RegularizaciónYa, Fundación para la Ciudadanía Global, Fundación Por Causa, la Red de Entidades para el Desarrollo Solidario (REDES-ONGD), Alianza por la Solidaridad y el partido Por un Mundo Más Justo. Esta propuesta ha recibido el respaldo de numerosas oenegés y asociaciones vinculadas a la inmigración y de otros sectores de la sociedad, como la Iglesia católica.
El trabajo del migrante, a quien habíamos acogido con su familia en un piso patrocinado por la parroquia, era una colaboración libre que hacía movido por la piedad popular que traía de Bolivia, su tierra de origen. Su buen hacer en muchos ámbitos parroquiales (coro –tocaba muy bien la guitarra, pues en su país tenía una modesta orquesta que tocaba en los pueblos–, limpieza, mantenimiento, jardinería, etc.) nos llevó a intentar regularizar su documentación. Incluso le proporcionamos el uso compartido de un sencillo taller parroquial.
Contrato en origen
Fuimos a la Delegación de Trabajo para resolver su situación y con honradez se la expusimos. Nos dieron la formula: hacedle un contrato de los llamados “de” o “en origen”. Y nos ayudaron a formularlo. Cuando llegó el párrafo para describir el trabajo para el que lo queríamos, nos preguntaron que para qué le contratábamos. Le contestamos que “un poco para todo”: música, mantenimiento, cuidado de la sacristía, limpieza, etc. O sea, como el sacristán.
La encargada del negociado sonrió y me dijo: “¡Qué bueno, como el de mi pueblo! ¿Para tocar las campanas también?”. “¡Claro!”, le respondí. Y así lo puso en el anuncio oficial de petición de trabajo: “Se necesita sacristán para la parroquia de San Ignacio de Loyola en Logroño”, y esperamos la llegada de solicitantes, en donde tenían preferencia los de nacionalidad española. Al no solicitarla ninguno en plazo legal hicimos la oferta de contrato en origen.
Para lo cual el buen boliviano tuvo que regresar unos días a Bolivia en viaje de ida y vuelta a buscar justificaciones en Santa Cruz de la Sierra. Acudió a la primera que se le ocurrió en esa gran ciudad (la mayor de Bolivia).
Al buen párroco que le acogió le pilló de sorpresa la petición que le hacía. Me llamó por teléfono preguntando. También era de una parroquia de jesuitas sin nosotros saberlo. Y le contesté que confirmara la solicitud que nosotros le acogíamos en España y que en su certificado pusiera todos los sellos posibles para legalizar el documento. Y se presentó con ellos. Y pudimos contratarlo legalmente ocho horas diarias durante unos meses, solo lo que nuestra economía permitía, hasta que pudiera escoger ya otro trabajo. Lo encontró pronto.
Cuando hicimos los papeles, los validadores del contrato en España se sorprendían. Y contestaron sonrientes: “¡Es el primer contrato en origen que hacemos para… un sacristán extranjero!”. Y desde entonces, entre otras cosas, se preocupaba en Logroño de que sonaran las campanas. Sobre todo a la hora del ángelus. ¡De manera electrónica, claro!
Lo cuento para que no nos cansemos de bucear para encontrar nuevos contratos –como lo hace tanta gente con esta sensibilidad– a la hora de multiplicar recursos para la regularización que a todos los enriquece. Por si ayuda. Y ya sabéis que la imaginación –claro que sí– ayuda. Y mucho.