Termino estas consideraciones sobre sacristanes, tras dos ejemplos anteriores de héroes anónimos eclesiales de acogida y mantenimiento, con el recuerdo de mi experiencia primera en inserción rural, social y pastoral en los años sesenta, en la Comarca de la Cabrera (León), donde el proceso de migración hacia Europa, las zonas industriales y Ponferrada estaba dando lugar a una grave crisis de la economía campesina y la regresión del espacio cultivado, iniciándose una degradación en muchos aspectos que llevó a una despoblación y unas cotas de pobreza llamativas.
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El primer sacristán que colaboraba en mi primer destino como párroco en La Baña (León) me obligaba todos los años a salir en la procesión principal con una hermosa e historiada casulla (de las de “guitarra”) para que el pueblo comprobara que no se había vendido y se mantenía como uno de los tesoros de la iglesia. Y además para que la vieran los hijos del pueblo emigrados que volvían unos días en el verano. Preguntaban por ella, recordando sus procesiones infantiles ya emigrados por Europa.
Por supuesto el sacristán además de insistir en visibilizar procesionalmente la buena custodia que hacía, también tocaba las campanas, que tanto atraían a los emigrantes en sus vacaciones y que era una de las primeras cosas que hacían al pisar el hogar de sus raíces. Alguno me decía que en Bélgica o Suiza se acordaban de aquello. Como un eco. Aunque ninguno lo hacía tan bien como el cura de Encinedo, que disputaba el primer lugar a muchos otros campaneros del lugar.
En otro hermoso lugar, Cabreirés, en Odollo, un compañero nos ayudaba en algunos momentos puntuales (éramos tres jesuitas atendiendo quince pueblos). La primera vez que acudió pidió la llave de la iglesia a la familia del sacristán. Y cuando la recibió preguntó:
- “Y ¿ como convocamos a la gente?”.
- “Aquí ya no queda nadie. Todos emigraron…”, le contestaron.
- Y le indicaron: “Toque Ud. mismo las campanas. Que mi cuñado que era quien lo hacía mejor marchó para Alemania”.
- “Pero si yo no sé”, contestó atribulado.
- La mujer sacristana (guardadora de llaves y de recuerdos, y de la iglesia…) se extrañó: “Con lo que Ud. habrá estudiado… ¡Y no va a saber tocar las campanas!”.
Ya veis. Curas que supieran por grado tocar bien las campanas.
Modelo de acogida y acompañamiento
Bueno a lo que voy, y a lo que nos afecta en nuestro blog. Sacristán como modelo anónimo, vecinal, de acogida, acompañamiento, servicio, amabilidad y permanencia atenta a los fieles… a pie de vecindad. También en la España vaciada hacia donde se dirigen también ahora los pasos de la pastoral migratoria de acogida en España. Primer rostro de muchas iglesias.
Pasos iniciales como hay que hacer en todo acompañamiento migratorio. Primera puerta de acogida en las parroquias frente a tanta ventanilla burocratizada, o citas interminables como arma de regulación injusta y cruel que impide derechos, para que, mirando a la cara, con disponibilidad de servicio y hospitalidad, podamos ver no solo un cliente, usuarios, demandante… sino a un hermano. Para seguir construyendo comunidades “ acogedoras”, que junto con la necesidad de ser misioneras es el título de una muy valiosa exhortación pastoral de la Conferencia Episcopal Española en esta de primavera de 2024. Que no es solo cuestión de documentos bien hechos, como este, sino de que la letra descienda a lo común, a la actitud y respuesta de la gente de la calle. Que la acogida no va tanto ni solo de propuestas de los principales, sino de los secundarios. Se trata de socializar las labores acogedoras e integradoras con todo tipo de persona que se haya sentido fuera, ajena a nosotros o la descubra por primera vez y que llamando a una puerta se le pueda abrir con amabilidad y cordialidad.
Cesareo Escarda es sacristán, en el pequeño pueblo zamorano, de Villanueva del Campo. Jubilado, antiguo trabajador del campo, y en un servicio que cada vez cobra más importancia, sobre todo en los pueblos. “Lo primero que tengo que hacer es abrir la puerta, luego saludo a Cristo y después toco las campanas”. Esto es algo parecido a lo del santo sacristán jesuita, el hermano Garate (el “finuras”) que sin saber quien le llamaba y a quien tendría que abrir, en la permanente portería de Deusto decía: “Ya voy, Señor, ya voy”. Sabia que en el hermano se encontraba siempre a Cristo. Y cumplía su labor de abrir y extender la lona de la tienda que a todos, todos, nos acoge.
Emocionante también ese “saludo a Cristo” como la primera acción del sacristán zamorano. Porque, como señala el texto eclesial, la espiritualidad auténticamente cristiana siempre lleva a la compasión y hospitalidad.
Dentro de Madrid, donde ahora trabajo, en la iglesia donde sirvo, tenemos dos sacristanes contratados. Extranjeros.
Y en el gran templo cristiano del Santo Sepulcro no hay que olvidar que abrir la puerta del Santo Sepulcro en Jerusalén es todo un honor y un privilegio que disfrutan desde hace siglos dos familias… musulmanas, precisamente.
Y se fían de ellos. Lo mismo que nosotros confiamos a los migrantes dos de nuestras más preciosos tesoros: Los abuelos y los niños. Pero eso son otras historias.
Por cierto, abrir las puertas era la misión eclesial del ostiario a quien se le había conferido la inferior de las órdenes menores, y cuyo ministerio en la Iglesia primitiva consistía en abrir la iglesia y custodiarla.. Esperemos que no nos cansemos– sacristanes o no- de esta misión de abrir las puertas… Y no solo las de las sacristía (¡que también!) sino las de las vallas en tantos situaciones (fronteras, CIE, etc.).