Alivio en los que lo dejaban y mal disimulado temor en quienes veían el dedo de sus hermanos obispos mostrándoles el camino de la Secretaría General de Añastro. La Iglesia en España está, ciertamente, accidentada, pero no diría tanto que en el sentido bergogliano como en el de quien no hace nada más que trastabillarse una vez que ha decidido salir a la calle, ya sin pancarta, y le da el viento de cara.
Y ahora que se habla tanto del ‘relato’, en la calle se ha encontrado con que el que se ha construido sobre ella en las últimas décadas la ha dejado atada de pies y manos a sus incoherencias y vergüenzas, inerme e inerte, al pairo de los acontecimientos que han decidido que marquen su derrota, en el sentido marino, digo.
Algunos se afanaron tanto –con el aplauso de otros– en pulir y dar esplendor a la palabra de Jesucristo en textos que iban dejando cadáveres por el camino, que se olvidaron de que aquellas páginas solo las entendían ellos, mientras la deserción era incesante entre quienes olvidaban el auténtico ‘relato’ de la fe.
Por más que el presidente de los obispos recuerde en sus discursos el papel de la Iglesia en la Transición y la injusta relegación en su reconocimiento en la construcción de la convivencia democrática, este ‘relato’ ya no logra traspasar el imperante y el descrédito continúa.
Le pasó al mismísimo Francisco, que tropezó con los abusos en Chile, pero tuvo la agilidad suficiente para sacar la pata de donde le habían ayudado a meterla y modificó el ‘relato’. Me parece el ejemplo a seguir: afrontar las debilidades y limpiar la casa, porque la tarea principal apremia y lo demás distrae de la misión. Sin la soberbia que aún cuelga de algunas comisuras. Pero sin el miedo que compromete el servicio. Otro ‘relato’ para la misma historia