Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Saliendo del clóset


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Muchos de nosotros, en mayor o menor medida, llevamos décadas escondiendo nuestro yo verdadero en un lugar oscuro, secreto y escondido –muchas veces, incluso para nosotros mismos– por un pánico vertiginoso a mostrarnos a los demás en lo que somos y sentimos en realidad. Hubo en nuestro pasado demasiado rechazo, dolor y sufrimiento que nos obligó a disfrazarnos con todos los ropajes que encontramos en el clóset (armario empotrado) de recursos personal, pero los tiempos actuales y la crisis mundial nos necesitan con urgencia tal cual Dios nos pensó para aportar nuestra originalidad. Llegó la hora de salir del clóset y aportar con toda su belleza y desnudez lo que somos en verdad, para lo que fuimos creados, y sumarnos a la revolución amorista que se está gestando en medio de los dolores de parto de una nueva humanidad.



Recuerdo que, cuando era pequeña, en mi habitación, había un espacio oscuro y pequeño destinado a guardar ropas y zapatos. Cuando la toxicidad del ambiente familiar superaba mi capacidad, corría a esconderme ahí y podía pasar horas, rodeada solamente con mis lágrimas y abrazada por mi soledad. Sin embargo, en ese espacio también tenía la certeza de que nadie me iba a encontrar. Que podía pensar y sentir lo que realmente pensaba y sentía sin que nadie me fuese a dañar por eso o a castigar.

Un espacio de bondad

Si bien les temía mucho a las arañas y a los “fantasmas” que mi mente ideaba, al cerrar los ojos, entraba –como los niños de Narnia– en un espacio de fantasía, belleza, bondad, hadas y duendes que me consolaban y me confirmaban mi valor personal. Podía pasar horas divagando, rezando, soñando, hasta que alguna necesidad vital me impelía a salir de ese capullo protector que me aislaba de la realidad. Abrir los ojos, era un desgarro para mi alma y la luz del exterior me dolía, sobre todo al tener que “elegir” un ropaje adecuado para salir. Casi siempre elegí el de la niña buena, bien portada, obediente, un tanto melancólica, observadora, atenta a todo, aplicada, introvertida y, por sobre todas las cosas, adaptable a todos y a todo con tal de no ser notada ni dañada.

Al igual que en el cuento clásico, me probé tantos vestidos a lo largo de mi vida para poder pertenecer, sentirme aceptada y calzar con los cánones de la sociedad, que un día me vi a mí misma caminando prácticamente desnuda, y el dolor fue brutal. Dudaba de los juicios ajenos, pero también del mío, y me di cuenta que, si bien había salido del clóset en mi dimensión cognitiva y corporal, mi “percha”, mi verdadero ser a nivel psíquico y espiritual, se había quedado escondido junto a esa niña pequeña que anhelaba el amor incondicional y la validación de los demás, incluso limosneando o queriendo “alimentarme de lo que comían los cerdos”, igual que el hijo pródigo de la parábola del Evangelio.

El recorrido humano

Esta es mi historia, pero también la de cada persona con diferentes matices y ajuares para recordar. Diferentes circunstancias y ropajes que desfilar, que, tarde o temprano, nos quedan flojos, nos aprietan, nos incomodan o, de alguna forma, nos empujan a asumir que es tiempo de salir del encierro de nuestra mente ególatra y asumir la riqueza y vulnerabilidad de nuestro ser en toda su majestad.

Hay quienes a este proceso le llaman crisis de la mitad de la vida. Carl Yung le llama proceso de individuación. En el Evangelio, Jesús le explica a Nicodemo que es necesario “renacer en el espíritu” aunque se esté viejo, y, en la parábola del hijo pródigo, es la conciencia de la miseria y la necesidad de volver a la casa del padre. En nuestro lenguaje, podríamos denominarlo como “salir del clóset” para asumir nuestra verdadera identidad, integrándonos para aportar a la comunidad con todo nuestro potencial.

Monstruos SA

Formas erradas de vivirlo

“Salir del clóset” implica incertidumbre, sufrimiento, valentía, fuerza y, sobre todo, un arduo trabajo espiritual. Es un parto personal que duele, que se extiende más de lo que quisiéramos y, en cada “contracción”, dudamos si no es mejor regresar a lo conocido, a Egipto, aunque fuésemos esclavos. Por todo lo anterior, hay quienes evaden este trance, quienes le echan la culpa a los demás, quienes se cambian de familia, trabajo o vocación sacramental. Todo atenta contra el acto heroico de salir desnudos con nuestra verdad a la intemperie de la sociedad.

Ahora, hablemos de la pandemia y la salida del clóset… Más de uno se preguntará qué relación tienen ambos fenómenos. Yo creo que mucho más de lo que logramos percibir y apreciar. Una crisis mundial como la que atravesamos exige que cada uno saque todo ser original y lo despliegue en plenitud y libertad, porque necesitamos el máximo de complementariedad de nuestro talentos y dones. Al compartir nuestra pobrezas, vulnerabilidad y dolores, podremos ser muchos más ricos, creativos y compasivos unos con otros.

Una urgencia de la humanidad

Dejar los “ropajes” que todos llevamos nos permitirá reconocernos como hermanos y ayudarnos a superar juntos este parto compartido. Sin embargo, salir del clóset no es solo una urgencia individual sino de la humanidad. Como un todo, debemos volver a integrar nuestra psiquis y dimensión espiritual y sumarlas con todo lo físico/material y lo racional. La humanidad, como un ser vivo complejo y riquísimo en belleza y diversidad, ha escondido sus heridas y dolores, vistiéndose de éxito, rendimiento, consumo, tecnología e hiper conectividad (entre miles de ropajes más), pero ha dejado atrás su propósito, su trascendencia, olvidando a los más desvalidos y los vulnerables.

Ha dejado escondido lo emocional y ha relegado a Dios/amor al clóset, desviándonos de quiénes somos y de nuestro potencial. Como una “persona mundo”, estamos en un estado crítico y no podemos evadir este trance ni irnos por caminos errados. Esta crisis conlleva dolor, pero también la gran oportunidad para nacer de nuevo, integrarnos, equilibrarnos y sacar adelante todo lo que Dios soñó para nosotros y la creación.

Revolución Amorista

El único camino para “salir del clóset”, a nivel personal y colectivo, es que exista un “otro” (Dios amor encarnado en alguna persona o situación) que nos haga experimentar el amor incondicional y creer en nuestra valía y aporte a la humanidad. Solo con ese brazo que se extiende para alentarnos a salir y confiar en que no saldremos dañados, podemos ir adquiriendo nuevos bríos en nuestra respiración, fuerza en nuestros recién entrenados músculos del ser verdadero y comenzar a hacer el plan original para el que fuimos creados.

Solo saliendo del clóset, gracias al amor de otros, podemos plenificar nuestra imagen de Dios y ser semejantes a Él, oyendo su voz y haciendo su voluntad. Por lo mismo, frente a una crisis tan profunda como la actual, debemos convertirnos en amoristas unos de otros e ir recuperando nuestra riqueza singular. Ser cada día más honestos y coherentes con nosotros mismos, cada vez más tolerantes y abiertos a la diferencia de los demás y reconocer que no necesitamos “vestidos” para protegernos unos de otros. Somos hermanos, vivimos en la misma casa y podemos construir una nueva humanidad que pide a gritos salir del clóset donde la dejamos encerrada.

Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo