“La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Así lo recoge la Constitución de la OMS. Salvando eso de “completo”, que al menos a mí siempre me asusta un poco por irreal, la afirmación aporta algo fundamental que creo estamos olvidando en esta pandemia: estar sano es algo más que no estar enfermo.
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Y otra salvedad: qué bueno sería que la OMS hubiera incluido la salud espiritual, no solo física, mental y social, para hablar de ese estado completo de bienestar. Aun así, subraya algo fundamental: no hay salud sin ese bienestar integral, holístico, global… como queramos llamarlo.
Por eso quiero entender la salud mental como salud psíquico-espiritual, que va mucho más allá de la ausencia de trastornos o discapacidades mentales. Continúa diciendo la OMS: “La salud mental es un estado de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad (…) Es el fundamento del bienestar individual y del funcionamiento eficaz de la comunidad”.
¿Y la salud psicológica?
Visto así, ¿no es inquietante que tanto los gobiernos del mundo como la ciudadanía de a pie estemos preocupados por la vida física –lógico con tantas muertes– y por la economía –lógico ante el desastre en el que estamos inmersos–, y apenas nadie hable de la salud psicológica de la población?
¿Habéis oído que algún político o medio de comunicación pida que se tenga en cuenta nuestra salud mental para tomar decisiones? ¿Somos conscientes de las consecuencias a medio y largo plazo de una población asustada, insegura, triste, amenazada, debilitada, aislada relacional y emocionalmente?
Si los recursos de salud “física” pública son insuficientes, ni hablamos de los servicios psicológicos que se ofrecen. Ayer me contaban esto en una ciudad como Madrid: una mujer con depresión diagnosticada tiene acceso al psicólogo de la seguridad social en sesiones de media hora cada dos meses. ¿Realmente os parece que la intervención puede ser eficaz así?
Sin duda, dada la naturaleza del virus, restringir la movilidad y los encuentros es necesario para superarlo (con vacunas incluidas). Pero, si tomáramos en serio la salud integral, mucho más allá de la ausencia de enfermedades, ¿no estaríamos buscando modos de favorecer el encuentro con nuestros amigos y familiares de un modo sensato?, ¿no invertiríamos en abaratar el coste de auto-test masivo que permita no cerrar bares, centros de ocio y cultura, espectáculos… todo aquello que nos alegra la vida y nos ensancha el alma y la esperanza?
El camino más eficaz para gestar sociedades o instituciones enfermas es contar con individuos enfermos. Parece de Perogrullo, pero a la hora de la verdad, se nos olvida. Si no, ¿cómo sería posible que demos tan poca importancia a ese bienestar personal, interior, relacional, que nos permite mirar al presente con mínima confianza, al pasado con gratitud y al futuro con esperanza? Si seguimos acumulando tristeza, miedo y soledad a costa de evitar contagiarnos, quizá la pérdida de sentido y la violencia que esta engendra, acabe pasándonos una factura mucho mayor que la de la crisis económica y sanitaria. Cuidémonos, por favor, de la mejor manera que podamos, con los medios a nuestro alcance… Ser sano y feliz no sólo es un derecho, también es un deber. Al menos en clave cristiana.