¿Qué les pasa a nuestros ojos? Más exactamente, ¿qué le sucede a nuestra mirada? Miles de personas con nombre, familia, trabajo, sueños… desaparecen silenciosamente en el Mediterráneo y nosotros miramos hacia otro lado sin más. Las primeras declaraciones de los tres bomberos de #PROEM-AM tras ser declarados inocentes fueron: “Queremos aprovechar que nos apuntan las cámaras para decir que sigue ocurriendo lo mismo en el Mediterráneo, que se siguen perdiendo vidas”. Necesitamos miradas como estas.
A pesar de salir de una situación tan paradójica como la de estar condenados por salvar vidas, sus miradas siguen siendo fieles a la vida de aquellas personas a las que durante el camino las obligamos a una deshumanización, violencia y desesperación. Mientras los demás, no queremos contemplar sus rostros haciendo oídos sordos y aferrándonos a gestos o discursos que actúan como tranquilizantes de conciencias.
Vivimos en un sistema que practica la estrategia del descarte y la irresponsabilidad ante toda aquella persona o sector de población que no interesa y estorba, siendo su objetivo el invisibilizarla o criminalizarla. Así es cómo abogamos a una vida de exclusión y pobreza a tantas personas y familias que solo pretenden aspirar a una vida mejor, a una vida basada en la protección y seguridad, quieren vivir con la misma dignidad que nosotros vivimos, los llamados “del primer mundo”.
65,6 millones de desplazados a finales de 2016
El informe anual de ACNUR ‘Tendencias Globales’, que analiza el desplazamiento forzado en todo el mundo basándose en datos de gobiernos, agencias sociales y datos del propio ACNUR, arroja que 65,6 millones de personas se encontraban desplazadas a finales de 2016. ¿Qué se esconde detrás de estos desplazamientos? ¿Qué ocurre en su país? ¿Por qué abandonan su casa, familia, trabajo…? ¿Qué sufren y experimentan por el camino? ¿Son acompañadas, protegidas, las vías del camino son seguras o son abandonadas a su suerte? ¿Qué se encuentran cuando llegan?
Caminan con fuerza hacia otro mundo posible, alejándose de un gobierno que les precariza y empobrece, donde anhelan oportunidades académicas, laborales y sanitarias. Huyen de los conflictos e intereses bélicos que provocan miles de muertes de personas inocentes. Son ellas, las personas más empobrecidas, las que sufren las consecuencias del cambio climático, catástrofes, contaminación y sequía. Además de encontrarse en una tesitura donde tu vida corre peligro al ser perseguido por cuestión de religión, etnia, orientación sexual y opinión política.
Las respuestas que estas personas van encontrando durante el camino desde las autoridades y gobiernos son indiferencia e incapacidad por dar respuesta a su protección e irresponsabilidad por sus vidas. Leyes de extranjería que asfixian y sitúan en una situación de peligrosa vulnerabilidad a la persona situándola como culpable. Explotación de sus tierras y recursos que provocan el exilio de la población, exilio que se choca con el desplazamiento de “nuestras fronteras”. Discriminación y racismo al cual sumamos la devolución en caliente y retorno inmediato sin valorar en qué situación peligrosa queda la vida de la persona. Una ONU incapaz de ser verdadera árbitra y mediadora en los conflictos realizando una labor paliativa.
“La Paz no solo es la ausencia de guerra”
Para quienes decidimos situarnos con la mirada de amor y misericordia, se nos remueven las entrañas y se nos conmueve el corazón ante estas realidades y aún más como son tratadas. Sin duda, alzar la voz, cuestionar, preguntar, formarnos y preocuparnos por las vidas de estas personas forma parte de la construcción del Reino de Dios.
¡Ir al encuentro, acoger en las fronteras e integrar! Dios nos llama a estar y permanecer allí donde se encuentra la humanidad más herida e ignorada ¡Dios no tiene miedo! La Iglesia necesita de cristianas y cristianos apasionados y fieles al Evangelio, sin miedo a defender al que sufre la injusticia, aunque ello conlleve ir en contra de la política migratoria impuesta.
Cuando lo que está en juego es la vida y la muerte de muchas personas, los gestos nos resultan insuficientes. Es urgente pasar a la acción, exigiendo responsabilidades, cambios políticos y legales para que no haya más muertes. Es importante no olvidar sus nombres…
Desde el amor, la dignidad y justicia por el prójimo, estamos llamados a…
- Poner rostro a las personas responsables de las situaciones que provocan las migraciones y exigir responsabilidades.
- Luchar contra la ley cuando es injusta y mata a la persona, ya que “ningún ser humano es ilegal y salvar vidas no es un delito”.
- Replantear nuestros hábitos y con ello, estilo de vida predominante en este sistema heteropatriarcal consumista y ser proactivos en conocer nuestros efectos en el mundo.
- No normalizar ni insensibilizarnos ante el sufrimiento de las personas. Conmovernos por las penurias e injusticias de los que son crucificados en las fronteras buscando auxilio.
- Reconocer al inmigrante como nuestro hermano.
- Vivir y convivir desde el bien común y los cuidados, poniendo en el centro a la persona.
- No tener miedo porque nos señalen y criminalicen por ayudar al prójimo.
El papa Francisco en ‘Gaudete et exultate‘ nos anima a acercarnos al que duerme en la intemperie y acogerlo no como un bulto que me interrumpe o me estorba sino a acogerlo y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una criatura infinitamente amada por Dios Padre y Madre. ¡Eso es ser cristianos! ¿O acaso puede entenderse la santidad al margen de este reconocimiento vivo de la dignidad de todo ser humano? (nº 98).
Termino mi reflexión suscribiendo lo que bien dice mi querida compañera Pepa Torres; “esta primavera en la que la naturaleza y la fuerza de la vida se alzan con nueva energía necesitamos también unir corazones, inteligencia colectiva, solidaridad y rebeldías comunes contra la situación migratoria especialmente dura a la que estamos asistiendo y que sin embargo hemos acabado por naturalizar”.