Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

San Pablo VI, imprescindible


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El acercarse un año más la fiesta de la Transfiguración del Señor nos recuerda el fallecimiento del Papa Pablo VI, ocurrida el 6 de agosto del 1978, precisamente en la que era su fiesta preferida según cuentan los que le conocieron. El infarto le sobrevino mientras escuchaba la última misa que el secretario celebraba junto a su cama. Pasó las horas siguientes repitiendo ininterrumpidamente el Padre Nuestro, en voz baja, hasta que finalmente se le agotaron las energías y falleció.



No era muy anciano, le faltaba poco más de un mes para cumplir 81 años, pero podemos pensar en su cansancio tras quince años de un pontificado que no fue sencillo. Quizás los historiadores nos pueden hablar de algún pontificado que haya sido sencillo en los 21 siglos de historia de la Iglesia, no creo que hayan sido muchos, pero sin duda el de Pablo VI no lo fue.

Formidable juego de las circunstancias

De hecho, algún año antes de morir, él había escrito: “Creo, Señor. La hora se acerca. Hace tiempo que lo presiento. Incluso más que el cansancio físico, listo para ceder en cualquier momento, el drama de mis responsabilidades parece sugerir como solución providencial mi éxodo de este mundo, para que la Providencia se manifieste para atraer a la Iglesia a mejores fortunas. La Providencia tiene, sí, muchas maneras de intervenir en el formidable juego de las circunstancias, que exprimen mi escasez; pero la de mi llamada a la otra vida parece evidente, para que otros tomen el relevo, más válidos y no atados por las dificultades actuales. Servus inutilis sum. Soy un siervo inútil”.

Concluía la peregrinación terrena de un pastor que podemos considerar imprescindible para entender la Iglesia en nuestros tiempos. Fue el primer Papa del siglo XX que cruzó las fronteras italianas: después de 2000 años, hizo regresar a Pedro a Tierra Santa, viajó a África, América, Oceanía y Australia, Asia, casi hasta las puertas de China. Fue el primer pontífice que pronunció un discurso en las Naciones Unidas, fue incluso el primer Papa víctima de un atentado, en directo por televisión, en Filipinas, en Manila, en noviembre de 1970. Dialogó con la modernidad sin huir de ella ni condenarla a priori.  Condujo a la Iglesia que salió del Concilio por el terreno difícil de los tiempos nuevos.

Sin perder nunca la alegría

El Papa Francisco nos ha dado la clave profunda para entender todos estos hechos históricos que caracterizaron su pontificado: “En esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI: mientras se cernía sobre él una sociedad secularizada y hostil, supo llevar el timón de la barca de Pedro con sabiduría clarividente -y a veces en soledad- sin perder nunca la alegría y la confianza en el Señor.

Pablo Vi se sube o baja de un avion no se sabe bien porque en la cns no lo explicaban

Personalmente, no dejo de fascinarme ante el programa pastoral que presentó al llegar a la diócesis de Milán como nuevo arzobispo: “Amaremos a todos… Amaremos a nuestro prójimo y amaremos a los que están lejos. Amaremos a nuestro país y amaremos al país de los demás. Amaremos a nuestros amigos y amaremos a nuestros enemigos. Amaremos a los católicos, amaremos a los cismáticos, a los protestantes, a los anglicanos, a los indiferentes; a los musulmanes, a los paganos, a los ateos. Amaremos a todas las clases sociales, pero especialmente a las más necesitadas de ayuda, de asistencia, de promoción. Amaremos a los niños y a los ancianos, a los pobres y a los enfermos. Amaremos a los que se burlan de nosotros, a los que nos desprecian, a los que se nos oponen, a los que nos persiguen. Amaremos a los que merecen y amaremos a los que no merecen ser amados. Amaremos a nuestros adversarios, aunque  nadie queremos que sea nuestro enemigo. Amaremos nuestro tiempo, nuestra civilización, nuestra tecnología, nuestro arte, nuestro deporte, nuestro mundo. Amaremos esforzándonos por comprender, compadecer, estimar, servir, sufrir. Amaremos con el corazón de Cristo: ‘Venid todos a mí…’ Amaremos con la anchura de Dios: así amó Dios al mundo…”.

Ampliamente positivas

No habían pasado ni dos años desde su muerte cuando el entonces obispo de Brescia, monseñor Luigi Morstabilini, comenzaba a dar los primeros pasos dirigidos hacia la posible canonización de tan insigne hijo de aquellas tierras. Para ello, pidió consejo al cardenal Agostino Casaroli, entonces secretario de Estado del Vaticano, el cual, tras consultar a la sagrada congregación para las causas de los Santos (que así se llamaba hasta que Juan Pablo II les quitó el apelativo de “sagradas” a las congregaciones vaticanas, si bien posteriormente el Papa Francisco ha establecido que se llamen, en sentido genérico, dicasterios), respondió en modo totalmente favorable.

El siguiente paso fue consultar al clero de Brescia, a la conferencia de los obispos de Lombardía y a la conferencia episcopal italiana. Todas las respuestas fueron ampliamente positivas y a ellas se unió la petición unánime de la conferencia episcopal  de Latinoamericana, presidida entonces por el Cardenal Antonio Quarracino. Comenzó así a moverse la maquinaria -entonces más lenta, hoy más ligera- de los pasos previos que llevarían años después al proceso de canonización. Dicho proceso, comenzado oficialmente en 1993 y conllevó el interrogatorio de numerosos testigos: En Roma 63, en Milán 71 y en Brescia 58, entre ellos gran número de cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y seglares. Sólo a modo de ilustración, nótese que fueron interrogados bastantes más que en el proceso de Juan Pablo II.

Buscando respuestas

El que escribe estas líneas reconoce no haber sabido durante su primera juventud mucho sobre la figura de Pablo VI que, por otra parte, falleció cuando yo era pequeño y de lo último que me preocupaba era de las cosas de la Iglesia. Pero sí recuerdo que, cuando anunciaron su fallecimiento, fue la primera vez que vi llorar a mi madre; entonces no entendí el porqué, pero me llamó poderosamente la atención. Por eso años después en el seminario me acerqué con curiosidad a su figura, y más recientemente a su proceso de canonización, buscando aprender algo más sobre este gran Pastor de la Iglesia al que le tocó vivir tiempos difíciles y tuvo que tomar decisiones arriesgadas.

De hecho, el entonces prefecto de la congregación de las causas de los Santos, cardenal Angelo Amato, recordó en el momento de la aprobación de la heroicidad de las virtudes de Pablo VI que esto no supone aprobar todas y cada una de las acciones de su pontificado -al igual que pasó con Juan Pablo II, Juan XXIII, Pío IX o Pío XII- lo que tiene como consecuencia que un santo no tenga que ser necesariamente del gusto de todos.

Al acercarme al proceso de canonización Pablo VI observé que la heroicidad de sus virtudes fue aprobada por los teólogos y los prelados correspondientes con una unanimidad que no obtuvieron en su día otros pontífices, un consenso casi laudatorio, lo cual se debió en gran parte al buen hacer de los postuladores de la Causa que allanaron el camino planteando todas las posibles dificultades y buscando las respuestas, sin ocultar los problemas, que siempre hay cuando se trata de alguien que se dedicó por tantos años a labores de gobierno.

Cambios internos

¿Qué es lo que dijeron aquellos testigos sobre la vida más íntima del Papa Montini? En estos procesos sirve para poco repetir lo que todos ya saben porque ha salido en las noticias, en el Osservatore Romano, el el Acta Apostolicae Sedis, en Ecclesia o Vida Nueva (que en aquella época sin internet eran medios habituales de transmisión de noticias sobre la Iglesia) o en las biografías que se pueden comprar en las librerías. Lo que interesa es escuchar a los que han conocido en este caso a Pablo VI en su intimidad y pueden contar las cosas que no aparecen en ninguno de esos medios. Y lo hicieron, abundantemente.

Lo que unánimemente aparece en sus declaraciones es la descripción de Montini como un hombre que dedicó su vida a buscar a Dios, un creyente con una profunda sed de Dios, y eso configuró toda su persona, también su actividad. Sobre ésta, también destacaron que tuvo que vivir y gobernar la Iglesia en unos momentos no fáciles, sea por los cambios internos de la misma, sea por las circunstancias del mundo en aquellos años.

Pablo VI y el patriarca Atenágoras, en una imagen de archivo

Pablo VI y el patriarca Atenágoras, en una imagen de archivo

Los testigos hablan todos de dichos sufrimientos. Así, por ejemplo, el ahora beato cardenal Pironio: “Creo que ha sido el Papa que más ha sufrido en este siglo. Soy testigo, como predicador de sus ejercicios en 1974 y como colaborador íntimo suyo del 1975 al 1978, de sus sufrimientos morales y espirituales. Las dificultades provenían de dentro de la Iglesia, de miembros de la Curia Romana, pero siempre lo vi firme y confiado, abandonado en las manos de Dios. Pablo VI vivió la ‘gran tribulación’ del postconcilio, pero siempre con serenidad y fortaleza. Creo que sus dos sufrimientos mayores fueron las secularizaciones de sacerdotes y la no comprensión y recta aceptación del Concilio”.

Especial penetración

Pero, en medio de tanta dificultad, añade el purpurado argentino:“Su vida y su ministerio manifiestan a un hombre de profunda oración, de particulares experiencias contemplativas, de especial penetración de las Escrituras y los misterios de la Fe. Y lo definiría como un ‘vir contemplativus continuo a Spiritu Sancto ductus’”.

Otro de sus grandes colaboradores, el entonces vicario para la diócesis de Roma, cardenal Ugo Poletti, habla en términos parecidos: “Si hay que subrayar una característica de su pontificado, es el continuo crecimiento de amor y dolor por la Iglesia y por toda la humanidad, alimentado de fe y sabiduría. En el ámbito de la Curia y de la Iglesia, su pontificado fue todo fe, amor, servicio y dolor- Creo poder afirmar que, por lo menos en los últimos diez años de su pontificado, lo vivió todo en una atmósfera espiritual interior que le ayudaba a ver todo ‘sub specie aeternitatis’, con un estilo de oración y ofrecimiento que solamente podían provenir de su íntima unión con Dios”.

Profunda claridad apostólica

Sobre su profundidad interior, una dirigida espiritual suya durante muchos años nos habla de su vida de oración: “Se puede decir, sin sombra de duda, que además de ser un gran maestro de oración, era en su misma vida una oración viviente; era una llama siempre luminosa porqué estaba alimentada con esa relación con Dios que es la oración y quien acudía a él acerca de ella quedaba siempre iluminado y enfervorecido”

Los testigos fueron desgranando una por una, las virtudes de este gran pontífice, entre las que destacan su fe indestructible y su caridad pastoral. Muchas serían las anécdotas que podríamos reproducir, pero nos quedamos con ésta del cardenal Justin Rigali: “Entre los aspectos de su personalidad que siempre he admirado porque los viví en primera persona, sobre todo en las audiencias privadas en las que hacía de intérprete del inglés, puedo afirmar que están su grandísima caridad pastoral y su profunda claridad apostólica. Recuerdo la audiencia privada concedida al obispo anglicano que era el secretario de la Comunión Anglicana, el cual apoyaba basándose según él en la Sagrada Escritura, el sacerdocio femenino. Pablo VI lo escuchó con paciencia y con actitud caritativa, pero al final reaccionó con firmeza y me pidió traducir al interlocutor estas palabras: ‘Esto no lo puedo aceptar, porque me llamo Pedro, lo cual quiere decir absoluta fidelidad a Jesucristo’. El prelado anglicano salió muy impresionado por la fuerza de las palabras del Papa y me repitió varias veces: ‘¡Qué hombre!, ¡qué hombre!”.

Dispensador de la misericordia

El que fue su secretario personal, monseñor Magee, nos habla de las manifestaciones de esa caridad pastoral para con todos, también con los malintencionados: “Un día le dije: ‘Santidad, veo que usted perdona siempre’ y él me respondió: ‘Si, tenemos que perdonar a los demás, es lo primero que hay que hacer cuando se ve algo que no es recto, también es los ambientes vaticanos’. Nunca tenía palabras de condena hacia nadie, intentaba buscar justificaciones. Una vez me dijo: ‘Mira, para un sacerdote esta debe ser siempre la primera virtud porque es el dispensador de la misericordia de Dios. Nosotros debemos sentir los primeros la obra del perdón de Dios dentro de nosotros. Yo no debo condenar a nadie, soy ministro del perdón”.

Los testigos del proceso de Canonización de Pablo VI no omitieron el hablar de las críticas que algunos le dirigían, como es el caso de un colaborador suyo en Milán, Mons. Pizzagalli: “Las críticas, muy superficiales, que venían de los que no le conocían bien, eran sobre su seriedad y recogimiento, pues raramente sonreía. Cuando partió para el cónclave, le dije a Mons. Macchi: ‘será elegido Papa, pero recomiéndele que sonría un poco más’. Parece una banalidad, pero lo hacía porque me sentaba mal que no se le reconociese su bondad de ánimo, sus sentimientos exquisitos, pues merecía ser alabado por todos. Su aparente seriedad excesiva me dolía porque no correspondía con la realidad”.

Serenidad interior

Sobre su seriedad nos habla también monseñor Macchi: “Pablo VI, a diferencia de cómo aparecía en los mass-media que lo han querido presentar como un personaje triste, angustiado o parecido a Hamlet, fue en realidad un hombre de gran sencillez, humildad y serenidad interior. No creo que haya perdido nunca la paz. Evidentemente no podía tener siempre la sonrisa en los labios, entre otras cosas porque las dificultades eran tantas que era fácil aparecer serio, pero él sabía que uno es el que siembra y otro el que recoge”.

Pablo VI con Aldo Moro

Hombre sereno, “acostumbrado al sufrimiento” -como el misterioso siervo de Yahveh de quien hablaba el profeta Isaías-, algunos le criticaron por su supuesta debilidad en el gobierno de la Iglesia, sobre todo en ciertos momentos más espinosos. Sin embargo, la historia ha ido sacando a la luz a la luz sus actuaciones firmes en el Concilio Vaticano II, ante el Catecismo Holandés, en la renovación de la liturgia y en no permitir los apegamientos  nostálgicos que rompieran la comunión, y a la vez en la fuerte defensa del celibato o la publicación de la Humanae Vitae, etc. Por todo ello, se colocó a veces en contra de grandes personalidades de la Iglesia, incluso de enteros episcopados y, por supuesto, en muchas ocasiones en contra de los mass-media.

Crítica feroz

Precisamente sobre la Humanae Vitae, creo que es importante recordar las palabras en aquel entonces del Cardenal Albino Luciani, futuro Juan Pablo I: “Alguien ha dicho que la Humanae Vitae fue el suicidio de Pablo VI, el hundimiento de su popularidad y el comienzo de una crítica feroz. Sí, en cierto sentido, pero él lo había previsto y, de nuevo con San Pablo, se dijo: ‘¿Es el favor de los hombres lo que pretendo ganar, o no más bien el de Dios? Si siguiera agradando a los hombres, ya no sería siervo de Cristo’ (Gal 1,10)”.

Para concluir -aunque se podría decir mucho más- recordar la certeza de dos grandes figuras del mismo siglo XX. Por un lado, las palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “Cuando murió Su Santidad Pablo VI recibí una llamada telefónica desde Londres preguntándome qué pensaba de la muerte del Santo Padre y dije: ‘Era santo, era un padre cariñoso. Amaba mucho a los niños y a los pobres…. Ha vuelto a la casa de Dios y ahora podemos rezarle'”. Por otro, la expresión de don Luigi Giussani cuando le preguntaron sobre la posibilidad de beatificar a Pablo VI. Respondió: “¿Beatificar a Pablo VI? Pues si no le beatifican a él, ¿A quién van a beatificar?”.