La sociedad española está siendo agradecida y por muchos medios llegan las alabanzas y felicitaciones a todo el personal sanitario, desde los médicos, supervisoras, enfermeras, auxiliares, farmacéuticos, celadores, personal de limpieza, voluntarios… Me adhiero, una vez más, al reconocimiento social de estos buenos profesionales que en medio de las dificultades, y con las carencias de medios de que disponen, continúan en “primera línea de batalla”. Pero hoy quisiera traer a la consideración de los lectores, la importancia y el papel que está desempeñando la Sanidad Militar.
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Si hay un apellido que, junto al COVID-19, nombre del mortífero virus que nos circunda, resuena estos días es Balmis. Es el nombre elegido por el Ministerio de Defensa para referirse al complejo operativo desplegado en la lucha contra el viral enemigo. Un apellido, que, sin duda, habría pasado desapercibido para tantos españoles, de no ser por las lamentables circunstancias que estamos viviendo.
Y sin embargo Balmis es el apellido de aquel médico de nombre Javier que, junto con su colega Josep Salvany y la enfermera Isabel Zendal, realizaron una de las mayores hazañas humanitarias de la historia, con la extensión generalizada de la vacuna de la viruela por todo el continente americano.
Irradiar valores
Como aquel nombre, y sin duda otros muchos de médicos militares, incluyendo a los laureados Bertoloty y Ramírez, Muñoz Mateos y Montoya o Ruigómez Velasco, del Cuerpo Militar de Sanidad, pasarán desapercibidos cuando, gracias a Dios, acabe toda esta historia que ahora escribimos con lágrimas en los ojos.
Mientras tanto, y aun cuando con gozo recibirán los aplausos que la sociedad española les brinda cada uno de los oscuros atardeceres, seguirán trabajando con el orgullo y honor propio de los militares e irradiando los valores de los que se han alimentado a lo largo de su historia.
Hace unos días dedicaba unas palabras a todos los miembros de la Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Hoy, junto a ellos, tenemos también especialmente la oración y el agradecimiento a quienes, termómetro en mano, llaman a las puertas de hogares en riesgo y controlan la salud de tantos ancianos, sin más armadura que un uniforme en cuyo hombro reluce la bandera de España y en cuyo pecho brilla resplandeciente la Cruz de Malta.
Esa cruz que cada uno de nosotros ahora, en esta Cuaresma especialmente penitencial, llevamos en silencio. Ese silencio abrumador con el que tantas veces nuestros sanitarios españoles han trabajado en tierra, mar e incluso en el aire. Es el mismo silencio con el que, renunciando a fama y dinero, han vivido la milicia como lo que es: su vocación, su sino, su casa.
Tampoco ellos saben vivir de otra manera, trabajando por nuestra salud, y por eso solo puedo decir lo que la voz canta: “¡Sanitario adelante, te reclama una voz en la llama… sanitario, humanitaria calma, calma el dolor del soldado español!