A poco que ojeemos los martirologios o los compendios de las vidas de los santos (mejor evitar los de gran valor edificante pero escaso valor histórico), nos ocurre encontrar muchos tipos de santidad, según los modos diferentes en los que se puede vivir la vocación cristiana, siendo la primera sencillamente la plenitud de la segunda. Si se me permite una distinción poco académica y más bien de andar por casa, diría que podemos encontrar, como tipos, la santidad ordinaria, la extraordinaria y la desconcertante.
No es difícil distinguirlas: hay muchos y muchas, la mayoría, que se santifican -guiados y animados por la gracia de Dios- viviendo las cosas ordinarias de cada día de un modo extraordinario: otros sin embargo, según sus circunstancias, llegan a vivir cosas verdaderamente extraordinarias, pero como si fueran ordinarias; y en tercer lugar, los que, se mire por donde se mire, son desconcertantes.
Sufrimiento continuo
Este es el caso de una mujer que participó de forma misteriosa, quizá como muy pocos en toda la historia en la pasión y la cruz del Señor, a través de los muchos sufrimientos que tuvo en esta vida: familiares, físicos, morales y espirituales. ¿Quién era Gema Galgani? ¿Y por qué digo que como muy pocos, ella participó en la pasión y en la cruz de Cristo?
Había nacido en 1878 en Camigliano, un pequeño pueblo de la provincia de Luca, en Italia, en el seno de una familia de condición modesta: el padre era farmacéutico y la madre era ama de casa. Gema tuvo una infancia normal, el único momento, por decirlo así, que fue normal en su vida. Asistió a una escuela en Luca, donde la familia se había mudado. Pero aquella normalidad fue alterada pronto por duras pruebas familiares, ya que, en 1886, cuando ella solamente tenía 8 años, murió su madre con 39 años. En 1894 murió su hermano Gino, que era seminarista con 18 años y 3 años después murió su padre, con lo cual quedó huérfana. A estas muertes le siguieron problemas económicos de la familia: El padre como farmacéutico había sido un hombre de grande generosidad, pero la falta de escrúpulos de sus contactos y acreedores en los negocios hicieron que los hijos huérfanos se quedarán sin nada y no tuvieran medios para mantenerse.
Las sospechas
Esto era solamente el comienzo. A Gema, todavía adolescente, empezaron a manifestársele una serie de enfermedades, algunas fueron muy graves. Se le desarrolló una curvatura en la columna vertebral y le dio también una meningitis, dejándola con una pérdida de oído por muchos años. Se le formaron abscesos en la cabeza, heridas terribles: el pelo se le cayó y, finalmente, las extremidades se le paralizaron. Llamaron a un doctor y trató muchos remedios, los cuales fallaron y ella solamente consiguió ponerse peor. Algunos empezaron a pensar que eran enfermedades psicosomáticas y esta sospecha la acompañó durante años.
Entonces Gema comenzó a tener devoción al entonces venerable Gabriel de la dolorosa, un santo pasionista italiano muy popular, que murió joven cuando estaba todavía en formación y a él le encomendó sus males. En el invierno de 1898, curiosamente fue curada de modo milagroso de todas estas enfermedades. Pero la curación repentina de todas las cosas que había sufrido, no hizo más que aumentar su fama de desequilibrada mental.
Entre el desprecio y la burla
Estas pruebas permitieron a Gema hacer grandes progresos en la vida espiritual. Siempre había tenido facilidad para la vida de piedad y había llegado a tener una gran familiaridad con Jesús desde pequeña. Gema fue creciendo en dicha familiaridad hasta que se le concedió un don que ella no se esperaba y que fue otra cruz más en su vida: el don de los estigmas. No olvidemos que los estigmas son un regalo que Dios da, pero a la vez son una fortísima participación en la Cruz del Señor, porque duelen y porque normalmente crean mucha contradicción alrededor, mucha persecución de aquellos que no los entienden.
Su confesor, monseñor Volpi le dijo que no se dejase ver las manos porque la gente se podía reír de ella. Y en efecto, Gema sufrió el desprecio, rechazo y la burla de muchos aun cuando caminaba por las calles de Luca. La tenían por una farsante y una histérica y le gritaban insultos y burlas por las calles. Así, Gema, poco a poco se iba acostumbrando a una vida de incomprensión, pues su mismo confesor, monseñor Volpi, dudaba de la veracidad de los estigmas, pensaba que eran obra de la histeria y que ésta le había llevado en los años anteriores a estar curvada, a que se le cayese el pelo o a que le saliesen heridas por la cabeza. Por desgracia, a esta suya apreciación contribuyó el diagnóstico clínico de un psiquiatra de renombre, el doctor Pietro Pfanner, que el mismo Volpi llamó en causa y que en 1899 afirmó en un diagnóstico taxativo: Histeria.
Sentencia profética
También los familiares de Gema tenían dificultades para crearla, y en secreto, la espiaban para ver si se autoinfligía las heridas de los estigmas. Cosa que, por supuesto, no ocurría. Fue rechazada para la vida religiosa precisamente por esta fama y por la debilidad de su salud y entonces dicen que, en aquel momento, ella afirmó: “No me quieren en vida, me querrán después de muerta”. Se refería a las monjas a las que quería entrar, a las monjas pasionistas que no la quisieron admitir. Si es cierto que lo afirmó, sin duda fue profética: después de muerta, cuando empezó a hacer tantos milagros como los sigue haciendo hoy en día, se acordaron de que su espiritualidad era pasionista y que durante años se dirigió con sacerdotes pasionistas y por ello, reivindicaron su memoria. Pero no nos engañemos, durante vida, como institución, no la quisieron.
Sin embargo, uno de los grandes alivios espirituales que tuvo fue precisamente el conocer a través de una señora amiga suya al pasionista padre Germano de san Estanislao, durante muchos años su director espiritual y gran defensor de su sanidad mental, que no ahorró energías en intentar desmontar los argumentos del psiquiatra en su diagnóstico.
Auténtico martirio
Mientras tanto, la enfermedad que había sufrido en la adolescencia se volvió a manifestar en 1902 y con ella, también las sospechas de que estaba loca. Pero en esta ocasión volvió con más dureza ya que frecuentemente vomitaba sangre a causa de los espasmos violentos.
Sin embargo, su auténtico martirio, el más grande de todos, fue espiritual. Hemos hablado del sufrimiento de la familia, del físico, del moral, de ser despreciada por la gente del pueblo e incluso por gente de su familia y el negársele el poder entrar en la vida religiosa; pero algo más grande tenía que llegar todavía: su lucha contra el demonio, que se cebó con ella. Afirman los testigos del proceso que el maligno se obsesionó con ella, por decirlo así, porque la santa no solamente se ofrecía como víctima por la conversión de los pecadores, sino que también con sus dones extraordinarios -sabiduría, consejo, discernimiento de espíritus-, conseguía la conversión de muchos. El demonio se ensañaba atrozmente contra ella, intentando que la expulsasen de la casa donde la tenían recogida por caridad los Giannini. Leemos cosas terribles de los ataques del maligno: éste atentaba contra su castidad, la golpeaba, la levantaba de la tierra y la tiraba por tierra bajo el armario de su habitación; se le aparecía abajo el aspecto de su ángel de la guarda para engañarle; le llenaba la comida de gusanos para impedirle comer.
Episodios complejos
Llegó incluso a ocurrir una cosa difícil de entender, un misterio que el Señor permite, y es que Gema fue poseída por el demonio, según dijeron los expertos. Estuvo durante épocas poseída, de modo que escupía al crucifijo, sufría las contorsiones típicas de los poseídos y la lanzaba contra los objetos sagrados. El padre Pietro Paolo, provincial de los pasionistas, declaró en su proceso de canonización: “Recuerdo que un día me arrebató el Rosario que llevaba en el cinto del hábito y me lo rompió en varios pedazos”. El mismo religioso, en una visita a los Giannini un día la encontró por tierra llorando de lo mucho que sufría.
Cecilia Giannini afirmó haberla visto como llena de golpes y en una ocasión, la encontró como muerta con la boca llena de baba. Ella misma contó haber visto algunas veces temblar su cama de modo violento. Una hija de los Giannini de 12 años, que una noche se quedó a dormir con ella para hacerle compañía, se asustó tanto por los ruidos que oyó, que nunca quiso volver a dormir con Gema. Las personas que la cuidaban cuando volvían por la mañana la encontraban agotada, como si le hubiesen dado una paliza.
La prudencia de Pío XI
Todo esto podrían parecer exageraciones para meter miedo a las almas cándidas si no constasen bajo juramento en el sumario del proceso de canonización. Pero no podemos dejar de preguntarnos: ¿Cuánto hubo de enfermedad, cuánto de sugestión y cuánto de fenómenos sobrenaturales de la mística? En modo prudente el Papa Pío XI, al aprobar su heroicidad de sus virtudes, quiso que contase expresamente en el decreto que la afirmación de la heroicidad no suponía juicio alguno sobre el origen de aquellos hechos.
Sea como fuera, se trató sin duda de un auténtico calvario permitido por el Señor para que Gema pudiese conformarse más a él en su pasión a través de la humillación, la soledad, la incomprensión y el despojo de sí misma. Pocos instantes antes de morir, pronunció estas palabras: “Ya no pido nada, he sacrificado a Dios todo y todos”, y cuentan los testigos que en aquel momento dos lágrimas le cayeron de los ojos. El 11 de abril de 1903, víspera de la fiesta de Pascua, acabó su via crucis.
Solamente 4 años después de su muerte, comenzó su proceso de beatificación, algo inusitado en aquella época. Esta rapidez tan grande se debió a la fortísima fama de santidad que tenía entre todos los que la conocieron. Fue beatificada en mayo de 1937 y canonizada por el Papa Pío XII en plena Segunda Guerra Mundial en mayo de 1940, siendo la primera santa del siglo XX en llegar a los altares. Santa Gema nos habla -en modo misterioso, ciertamente- de la pasión y muerte de Cristo pero sobre todo nos habla de su resurrección.