La exaltación aumenta. Unos estamos felices ante la perspectiva de que ahora sí la revolución nos hará justicia. Otros vivimos con el temor creciente de vernos ajusticiados. A la vez hablamos de un nuevo orden social y rechazamos que se vean afectadas nuestras agendas e intereses personales. Luchamos ferozmente por nuestros derechos, pero nos negamos a reconocer los de otros distintos a nosotros. Atender esta paradoja se antoja imposible. Pero no lo es, si la observamos como una polaridad.
Una polaridad es una situación que presenta dos fuerzas interrelacionadas y contrarias, donde ambas son igualmente válidas. Esas fuerzas pueden ser realidades, posturas, opiniones, tendencias o actividades. Barry Johnson (1996) menciona que las polaridades no son problemas a resolver, sino dinámicas a administrar. Las polaridades reflejan realidades en movimiento en las que, para estar bien, necesitamos alternadamente primero uno de los elementos y luego el otro. Piensa por ejemplo en inhalación-exhalación, vigilia-sueño, trabajo-descanso, soledad-compañía o cualquier otra pareja de elementos donde no podemos quedarnos indefinidamente en uno de los polos, por más interesante o placentero que haya sido llegar a él inicialmente. Barry prueba su punto invitándonos a inhalar indefinidamente y después contarle cómo nos fue.
La polaridad persona-sociedad
Veamos ahora la polaridad persona-sociedad. Desde los griegos antiguos hasta nuestros días llevamos debatiendo el tema y dada la naturaleza dinámica del asunto, no terminaremos jamás. Tanto la persona como la sociedad son realidades innegables, fuerzas vigentes interrelacionadas. Vivir en una sociedad ordenada se siente bien, pero si nos estancamos allí, corporaciones y autoridades hacen cada vez más lo que les viene en gana. Con el tiempo nos sofocan la sobreexplotación económica y la opresión social. Entonces las personas nos rebelamos y exigimos cuentas (o nos la cobramos a la mala, mediante una revolución social). Clamamos la reivindicación de lo individual y recuperamos nuestra dignidad, regresando a lo humano. Pero si nos instalamos en ese lado, no tardan en surgir la cultura de la gorronería, la demanda por subsidio estatal y el caos. Y entonces necesitamos hacernos corresponsables de un nuevo contrato social y abogar por la legalidad, para iniciar un nuevo ciclo.
Desde nuestra tradición tú y yo sabemos que esta polaridad tiene ya tiene su nombre. Le decimos justicia social. En ella reconocemos la dignidad inalienable de la persona humana y el respeto al orden natural de las cosas, dispuesto por Dios para nuestro bien. Estamos convencidos que nuestro convivir social del hombre ha de ser cooperativo y no violento, en lugar centrarse en lucha de clases o el conflicto. Al centro mismo del esquema añadimos la misericordia, que nos ha sido revelada en bienaventuranzas (Mt 5, 3-12) y por ello, con humildad de corazón, procuramos la paz y buscamos la justicia.
Ahora, quizá te sorprenda saber que no estemos solos en este caminar teológico. Desde el Islam, el zakat va más allá de la benevolencia caritativa y se postula como un pilar moral central orientado a ayudar a los menos afortunados (Al-Quran 2:215). Por su parte, el Judaísmo postula el tzedakah, la obligación religiosa de realizar obras de caridad y filantropía, en una vida solidaria y colectiva (Deut 15,8). Cada quien, en términos propios, reconocemos el principio de proteger a quien se encuentra en la periferia y procurar el orden social.
Persona y sociedad, son una realidad dinámica que convoca nuestro actuar. ¿Qué rol te toca en esta polaridad? ¿Es momento para ti de orden, rendición de cuentas, dignificación o corresponsabilidad?
Referencia. Johnson, B. (1996). Polarity Management. Human Resource Development Press.