“Solo lo que se pierde es adquirido para siempre”, escribió Henrik Ibsen, el gran dramaturgo noruego. Muchos migrantes comienzan siempre un nuevo ciclo, conscientes de lo perdido y de lo adquirido, de sus recordados pasajes dorados o gustados de nuevo o desilusionados ante la cruda realidad de sus sueños rotos… pero parece claro que, ante las dificultades de su camino, tienden a desenterrar la raíces también fuera de su tierra, a compartir de nuevo sus tesoros, a revivir amores, etc. Entre ellos, sus referencias y experiencias religiosas que tanto les ayudan para su integración en las sociedades de destino.
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Día de Todos los Santos. Un día especial para honrar a los santos de peana y a los santos vecinos de la puerta de al lado. Y que es fiesta vecina al día siguiente, para honrar a los fallecidos con motivo del Día de los Difuntos.
La migración es un fenómeno que ha marcado la historia de muchos países, y su impacto se siente no solo en el ámbito social y económico, sino también en las tradiciones culturales y espirituales de las comunidades. En este contexto, la figura de los santos y el recuerdo de los difuntos adquieren una relevancia especial, ya que también (y no solo) representan la conexión entre los que se quedan y los que han partido en busca de nuevas oportunidades.
Los santos son considerados intercesores ante lo divino. Para los migrantes, pueden representar un vínculo con su origen. Muchos migrantes llevan consigo imágenes o medallas de santos al iniciar su viaje, buscando protección y guía en su nueva vida. Soy testigo gozoso de ello.
Día de Muertos
Además, algunas comunidades de migrantes honran a sus santos patronos y los tratan de incorporar a las comunidades locales. Estas celebraciones no solo sirven para mantener vivas las tradiciones culturales, sino también para fortalecen lazos comunitarios.
También el Día de Muertos es una celebración emblemática en muchas culturas (y no solo en México). Para los migrantes, esta festividad cobra un significado especial al recordar a aquellos que han fallecido, especialmente si no pudieron regresar a su tierra natal o porque murieron en el camino.
Quizás las ofrendas (fotografías, alimentos favoritos y objetos personales de los difuntos), que son parte fundamental de esta celebración de los difuntos, y los altares donde las sitúan, sean un homenaje a quienes han partido, y también una forma de mantener viva su memoria dentro del contexto migratorio.
Devociones religiosas propias
La creencia en la intercesión de los santos les brinda consuelo y esperanza ante los desafíos que enfrentan al dejar su hogar. Y al revivir sus recuerdos en las celebraciones no solo se vive una forma de honrarlos, sino también la de fortalecer la identidad cultural del nuevo entorno. Las misas, las procesiones y otras actividades permiten a los migrantes conectarse con sus raíces.
Cuánto me alegraba que mi parroquia de San Ignacio de Loyola en Logroño, fuera la sede social y religiosa de cuatro asociaciones sociales y religiosas de migrantes nacidas al amparo de sus devociones religiosas. Abrían la comunidad local a lo universal.
La migración ha conducido a la creación de una especie de redes transnacionales. Nos recuerdan la globalización en la que vivimos Esto incluye la celebración conjunta de festividades religiosas en diferentes partes del mundo, donde se rinde homenaje tanto a los santos como a los difuntos. Estas prácticas ayudan a preservar la cultura y la identidad, incluso en contextos muy lejanos.
Relacionarse a través de la diversidad
En resumen, la relación entre migrantes, santos y difuntos es una manifestación del deseo humano por conectarse y relacionarse a través (no a pesar de) de la diversidad, de vivir la comunidad, y de sentirse protegidos. Es la continuidad cultural de la que vienen y no quieren hacer desaparecer sino que la quieren incorporar (a pesar de incomprensiones y extrañezas de algunos de aquí) a través de sanas integraciones. Estos elementos comunes fortalecen los lazos entre ellos, proporcionando apoyo socio-espiritual en un entorno nuevo y a menudo desafiante.
Y ahí, a través de estas experiencias y prácticas espirituales y rituales, es donde la fe compartida junto al recuerdo colectivo de los difuntos crean un sentido de comunidad y ciudadanía universales.
Estas cuestiones religiosas nos plantea cuestiones insoslayables a repensar al respecto, como dice Alberto Ares: “La identidad (quién es mi familia), la dignidad (cómo nos ha creado Dios), la justicia (cuándo te hemos visto forastero y te hemos acogido), la hospitalidad (con quién comparte la mesa Jesús) y la integralidad (todo está conectado)”.
Estos días en los que se hace tan presente la ausencia (y la presencia) de aquellos que se han ido quedando por el camino es un motivo central del Día de Todos los Santos y del Día de los Difuntos, tan asociados ambos.
Días para recordar las vidas que ellos vivieron y la huella que dejaron. Y desde las que nos provocan. Porque la santidad y, “después de todo, la muerte, es solo un síntoma de que hubo vida”, como aseguraba Mario Benedetti.