Los nombres
El Instituto Nacional de Estadística (INE) es el organismo encargado del cómputo de cosas muy diversas. Hace una semana hemos comprobado el rigor de sus número a la ahora de aglutinar datos como los referidos a la mortalidad, sacando los colores a la autoridades sanitarias que continuamente se han enredado en esta labor durante toda la pandemia por el coronavirus.
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
- Consulta la revista gratis durante la cuarentena: haz click aquí
- Toda la actualidad de la Iglesia sobre el coronavirus, al detalle
Más allá de las cifras de mortalidad, ya están recogidas las cifras correspondientes a los nombre y apellidos de quienes forman parte del padrón en España. Entre las mujeres residentes en España el nombre más repetido es el de María Carmen que tienen 652.184 personas. Entre los hombres, 666.584 se llaman Antonio. Por dar cuenta de las tendencia, el nombre más repetido en 2019 entre las niñas recién nacidas ha sido Lucía (3.621) y entre los niños Hugo (3.536). Hasta aquí todos cuentan con su correspondencia en el martirologio romano.
Estando atentos a la tradición bíblica y cristiana no hay elementos que llamen la atención en este nomenclátor. En varones Manuel es el segundo, José el tercero –el primero en cuanto componente de un nombre compuesto– y siguen la lista los Francisco, David, Juan, José Antonio, Javier, Daniel, José Luis, Francisco Javier, Carlos, Jesús, Alejandro… En mujeres, el segundo puesto es para María –como parte de un nombre compuesto llega a la nada desdeñable cifra de 6.173.701–, el tercero para Carmen a secas, seguido de Ana María, Josefa, Isabel, María Pilar, María Dolores, Laura, María Teresa, Ana, Cristina, Marta… Hasta aquí todo muy tradicional.
Más novedad encontramos entre las tendencias. Entre los nacidos en 2019, tras el nombre de Hugo, completan el top 20 la siguiente lista: Martín, Lucas, Mateo, Leo, Daniel, Alejandro, Pablo, Manuel, Álvaro, Adrián, David, Mario, Enzo, Diego y Marcos. En niñas, después de Lucía vienen nombres como Sofía, Martina, María –con 3.165 nuevas niñas–, Julia, Paula, Emma, Daniela, Valeria, Alba, Sara, Noa, Carmen, Carla, Alma y Claudia. Aquí hay nombre evocadores y con ecos de trascendencia aunque curiosamente no estás muy presentes en la tradición.
Este dato estadístico ayuda a entender no solo las tendencias estéticas de una sociedad o cómo los párrocos han perdido su poder a imponer determinadas condiciones bautismales; sino que ofrece un horizonte en el que las cosas no han cambiado tanto. Los antiguos creían que la elección del nombre marcaba la existencia futura de la persona. Pero, ¿diríamos hoy que podría ser esto una mera superstición?
La mano
Una tradición que sí que se toma como caballo de batalla de alguno de los sectores es el hecho de que las condiciones sanitarias hayan impuesto la recepción de la comunión en la mano como lo más higiénico y seguro en tiempos de pandemia. No han faltado las voces (aisladas, aunque repetidas por representantes cualitativos) de que hablan de este gesto como elemento “sacrílego”.
Varias webs han distribuido en estos días un libro de un obispo argentino que sacaba pecho de que en el país austral se mantuvo la prohibición de esta práctica hasta la plenaria de los obispos de abril de 1996. Desde el horizonte canónico, el prelado Juan Rodolfo Laise, afronta la cuestión como concesión tras unos “mecanismos de presión” al Vaticano para introducir esta forma de “ofensa” a la eucaristía. Para ello el obispo pone al alcance del pueblo fiel algunos puntos de la instrucción ‘De modo Sanctam Communionem ministrandi’ (‘Acerca del modo de administrar la Sagrada Comunión’), un texto firmado en 1969 con la reforma litúrgica posconciliar en ciernes y con un tono de derechos/deberes que contrasta con la evolución de la propia reforma o del misal incluso. Desde esta clave ofrece el autor su propio comentario inclinado a defender su tesis de la concesión, a la vez que recurre constantemente a Pío XII o a san Tomás –como si el concilio no hubiera existido–.
Y es verdad que está pendiente –para los que necesitan la seguridad de tal letra– un documento del suficiente rango que avale la forma de comulgar que tuvieron los mismo apóstoles y que es la que usan a diario los sacerdotes. Las orientaciones sobre la comunión en la mano se han ido haciendo en respuestas a las solicitudes de las conferencias episcopales y los papas no iban a hacer un documento al respecto.
Lo que sorprende es de dónde habrá salido la teoría de la indignidad de la mano frente a la gran dignidad de la lengua humana. Será por aquello que se cantará en el Corpus del “Pange, lingua, gloriosi, Córporis mystérium Sanguinísque pretiósi”. Pero esta alabanza de la lengua contrasta con la advertencia de que “la boca habla de lo que está lleno el corazón” que encontramos en el evangelio. Como sacerdote que intenta ser cuidadoso –y respetuoso a la norma litúrgica y a la canónica incluso en sus contradicciones–, aunque irremediablemente torpe, no me perdonaría ser transmisor de un virus que ha dejado muertos por todo el mundo por esquivar una medida que me conecta más con la eucaristía de Jesús en la Última Cena. ¿Es esta la genuina tradición cristiana?