En México, cuando un párroco sabe que lo van a cambiar para darle otro destino, acostumbra decir esta frase: “eso se lo dejo a mi sucesor“.
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“Eso” puede significar o despedir a una secretaria, que con el paso de los años se convirtió en la “párroca” -pero ya es casi una anciana y su retiro le podría causar una profunda depresión-, o quitar los candiles del salón destinado a la catequesis -los obsequió la mamá del señor cura anterior, y ya no iluminan en lo absoluto-.
Ambas decisiones no llegan a ser de vida o muerte -pueden postergarse todavía-, aunque será necesario ejecutarlas algún día. Sin embargo, el sacerdote saliente no se atreve a asumir esa responsabilidad, ya por delicadeza afectiva hacia la señorita colaboradora, ya por respeto histórico a una donación familiar. Llevar a cabo esas resoluciones -él lo sabe- le acarreará dolores de cabeza y enfrentamientos, de seguro leves pero incómodos, con las personas afectadas.
El sucesor, de seguro más joven y con renovados bríos, llegará poniendo orden, y a nadie le extrañará que comience con determinación y firmeza. El que se va ya no tiene energía para enfrentar problemas que no son fundamentales, y sí lo puede hacer quien llegue en su lugar.
Creo que eso le está pasando al papa Francisco. En reciente entrevista con la agencia argentina Infobae, declaró que el celibato sacerdotal obligatorio es una disciplina, no un dogma doctrinal, y comentó a sus biógrafos Sergio Rubín y Francesca Anbrogetti que su sucesor puede modificarla, si así lo considera conveniente.
Llama la atención el que considere esta práctica celibataria, de la que siempre se ha expresado con absoluto respeto, como algo reformable, en contra de las corrientes dogmáticas que siempre la han considerado como inmutable.
Pero Francisco de Roma prefiere que sea el siguiente Papa quien afronte la posible mutación. ¿Por qué? ¿Acaso porque ya está viejo y se siente cansado, temeroso de las consecuencias que una innovación de tal calado pudiera afectar a la estabilidad de la Iglesia? ¿Bergoglio nos resultó menos valiente de lo que suponíamos?
No lo creo. Me inclino a pensar que, más bien, como los clérigos arriba mencionados, Francisco de Roma, párroco del mundo, no considera que la abolición del celibato obligatorio represente una solución a la carestía de sacerdotes, ni ayudaría a que éstos adquieran un carácter más amable y acaben con su ancestral irritabilidad, una vez que tengan esposa que los soporte. Es algo, sí, que debe atenderse, pero no es prioritario. Además, quiere respetar una tradición que ha sido muy valorada durante siglos.
Para Francisco otros han sido los temas centrales en estos ya 10 años al frente de la barca petrina: el clericalismo; la no exclusión de los alejados; la iglesia de puertas abiertas y en salida, pobre y para los pobres; la alegría de la predicación evangélica; el respeto a la naturaleza; la crítica al neoliberalismo y a los populismos, etc.
El celibato sacerdotal obligatorio, en suma, es algo que debe terminar como conditio sine qua non para ser sacerdote, pero será otro Papa -¿el siguiente?-, quien se echará ese trompo a la uña, como decimos en México.
Pro-vocación
¿Por qué será que le tenemos tanto miedo a la democracia en la Iglesia Católica? Así lo manifiesta, una vez más, el cardenal Marc Ouellet, al acusar a la conferencia episcopal alemana de haber equiparado la opinión de laicos y obispos en la toma de decisiones. ¿Se debe a que no aparece ese sistema en la Biblia? ¿A que Jesús nunca lo recomendó? ¿O, más bien, le tememos porque nos quitaría mucho poder, económico y organizacional, a los clérigos?