Semana grande de chupinazos… en el Vaticano. Comenzó con el nombramiento del primer laico al frente de un dicasterio, Paolo Ruffini, en este caso, para las Comunicación. Lo de menos es la equiparación que sugieren algunos en dignidad a la de los cardenales que están al frente de los restantes órganos de gobierno. Lo significativo es la carga adosada que lleva contra el muro del clericalismo, aunque, ciertamente, tampoco es garantía de ello. En todo caso, no se le podrá achacar al Papa. O sí, ya saben cómo va esto.
Traca grande también al día siguiente contra el silencio culpable, en la misa en San Pedro, en recuerdo de los inmigrantes y de quienes les socorren. Un silencio exterior que deja al aire las vergüenzas de una clase política que se atrinchera en excusas. Pero también dentro se hacen oídos sordos. En Madrid, hay organizaciones eclesiales que no dan abasto estos días mientras su Ayuntamiento ha pasado del ‘refugees welcome’ al “no hay plazas” y punto. Y punto en boca es el que han puesto también tantas parroquias al llamamiento del cardenal Osoro a la hospitalidad. Solo dos, al parecer, se han dado por aludidas. Culpa de este Papa, verán, por desmotivar a su clero.
Chupinazo también, ese mismo día, de Francisco para volver a pedir “una conversión ecológica”. Hace tres años que lanzó él su grito en ‘Laudato si’’, pero ni dentro ni fuera le hacen mucho caso. Pero él insiste. Pero ya saben, dicen que no tiene carisma suficiente… Y nueva traca, ahora en Bari, un día después, para que se oiga su denuncia de esa “indiferencia que mata” en Oriente Medio, con el mundo mirando sin ver esas guerras “con el silencio de tantos y la complicidad de muchos”.
Mientras, por aquí y por allá, ruiditos de ristras de petardo para invocar al cisma, porque los adoradores del ombligo están hartos de tanto discernimiento y de guiños a quienes no caben en las tablas de ley.