Desde el día de su proclamación, el papa Francisco tuvo oposición:
- Porque se negó a vestir los ornamentos tradicionales y apareció ante la muchedumbre y el mundo con su sotana blanca y un crucifijo de hierro al cuello; y cuando debía impartir una bendición para Roma y el mundo, pidió que rezaran por él; un día después, ante los cardenales en la Sixtina, rehusó hablar desde el trono imperial; contra toda costumbre, habló de pie como un párroco cualquiera. Un cardenal explicó: “no quiso ponerse el manto de la autoridad de Cristo”.
- Porque no se atiene al protocolo que le impone su condición de Sumo Pontífice. Su lenguaje no es el de su alta jerarquía ni tiene la consistencia doctrinal de sus predecesores. “El Vaticano nunca le gustó a Bergoglio”, anotan los biógrafos. Al llegar en marzo de 2013 encontró una corte, como la de cualquier emperador, y unos cortesanos empeñados en seguir a la sombra de ese poder. Sus esfuerzos para desmontar ese poder no les gustaron a los cortesanos.
- Un diplomático cree ver “un sistema de poder malsano” en el origen de esas prácticas abusivas, como el manejo de los dineros en los años finales de Juan Pablo II. Hay opiniones extremas, como la del historiador Roberto de Mattei, citado por Politi:” el del Papa es un poder de gobierno supremo. Un cambio tocaría la esencia divina del papado”. Son los mismos términos de los que se oponen a Francisco en nombre de la doctrina y la tradición.
- Estas personas vieron con estupor cuando ocupó las habitaciones sencillas de la hospedería Santa Marta en vez del apartamento papal: “dejar la residencia de tantos papas es casi una crítica hacia ellos”, dijo, asombrado, un cardenal de la Curia.
- Esta Curia ha sido descrita como “un microcosmos de envidias, abnegación, afán de hacer carrera”. “Hay santos en la Curia”, dijo Francisco, pero su discurso de Navidad en el 2013 dejó en claro que esos santos quizás lo son porque no se dejan contaminar. Esa tarde habló de todo lo que estaba mal, incluidas las habladurías: “la cháchara daña la calidad de las personas, del trabajo y del ambiente”. Nada de esto gusta entre un personal que se siente el centro de la Iglesia.
- La acusación de hereje que niega las verdades de la fe es la misma que en lenguaje edulcorado expresan algunos cardenales. Raymond Burke, cuando el Papa dice que no se deben concentrar solo en el aborto o el matrimonio homosexual, replicó: “no hablamos lo suficiente mientras la vida inocente siga atacada”. Cuando el Papa habla de misericordia para los divorciados vueltos a casar, el cardenal Müller revira: “es un argumento débil puesto que todo el orden sacramental es obra de la misericordia divina”.
- Para el cardenal Mauro Piacenza la idea de la colegialidad, que da a los obispos del mundo la intervención en el gobierno de la Iglesia que hoy se concentra en la Curia, no encaja en su perspectiva: “la jerarquía de la Iglesia es de directa institución divina. La esencia de la colegialidad no es sociopolítica, sino que consiste en alimentarse del único pan eucarístico al vivir la única fe”.
- Hasta su cuenta de Twitter llegó la denuncia: “su populismo, su ideal de pobreza y su demagogia”.
Según el fiscal Gratteri, la mafia financiera ve que no favorece sus negocios un pontífice que rema contra el lujo. Un hombre así es coherente, es creíble. Es el único Papa que se ha atrevido a e excomulgar a la mafia.
Nada demuestra que Francisco quiera cambiar la doctrina, pero sí que la está sacando de los hibernáculos para aproximarla a lo pastoral, de acuerdo con el espíritu del Vaticano II. Dijo Francisco: “el Vaticano II produjo frutos enormes y la lectura del evangelio, actualizado al día de hoy, es absolutamente irreversible”. “Volver atrás es querer someter al Espíritu Santo”.
Se puede encontrar un singular parecido entre esas acusaciones y las que los sumos sacerdotes del templo de Jerusalén le hicieron a Jesús. Y es lógico que así sea, nadie como Francisco, tan parecido a Jesús.