A finales del pasado mes de noviembre estalló una crisis migratoria en Canarias. Cientos de inmigrantes se hacinaban en el muelle de Arguineguín sin que las autoridades supieran muy bien qué hacer con ellos. Muchas voces se alzaron para pedir una acogida digna de esos seres humanos necesitados; otras sospechaban que detrás de esos movimientos migratorios hubiera intereses políticos e incluso económicos; otras, finalmente, trataban de explicar el porqué de esas oleadas: el Covid-19 había golpeado duramente la industria turística marroquí, lo cual había empujado a miles de trabajadores a tratar de buscar una salida en la emigración, aunque fuera irregular.
- PROMOCIÓN: Año nuevo, Vida Nueva: suscríbete a la edición en papel con una rebaja del 20%
- DOCUMENTO: Texto íntegro de la encíclica ‘Fratelli Tutti’ del papa Francisco (PDF)
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Toda la actualidad de la Iglesia sobre el coronavirus, al detalle
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
¿Qué se puede hacer ante esta situación, que no afecta solo a España, sino a toda Europa (o al menos debería hacerlo)? ¿Podría acoger esa vieja Europa a todos los que desde Tánger hasta Johannesburgo desean venir para tener un futuro mejor, como afirman buenos conocedores de África y de los países musulmanes?
La hospitalidad
En la Biblia encontramos la distinción entre el extranjero “exterior”, identificado como enemigo (nekar, nokri), y el extranjero residente entre los israelitas –el inmigrante propiamente dicho–: el ger. A este hay que tratarlo como uno más del pueblo: “Si un emigrante reside con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto” (Lv 19,33-34). Incluso el profeta Ezequiel imagina un Israel futuro, utópico, en el que el país se reparte entre israelitas y emigrantes (cf. Ez 47,21-23).
No es de extrañar esta postura, habida cuenta de la importancia que tiene la hospitalidad en la Biblia (y en todo el Próximo Oriente); rasgo este, por cierto, muy valorado en los responsables de las comunidades cristianas de los orígenes (cf. 1 Tim 3,1-5; 5,9-10; Tit 1,7-8).
Sin embargo, el problema de la emigración no puede ser abordado solo con buena voluntad y mejores intenciones –de esas que empiedran el infierno–; de lo contrario, caeremos en una superficialidad parecida a la popularizada por la película Miss agente especial, cuando, una tras otra, las participantes en el concurso de Miss Estados Unidos responden a la pregunta por lo que más les preocupa: “La paz en el mundo”.