El rosario
“Pasado mañana, último día del mes de mayo, fiesta litúrgica de la Visitación de la Santísima Virgen María, a las 18:00 horas, en la Basílica de Santa María la Mayor rezaremos el Rosario por la paz, en conexión con numerosos Santuarios de muchos países. Invito a los fieles, a las familias y a las comunidades a unirse a esta invocación, para obtener de Dios, por intercesión de la Reina de la Paz, el don que el mundo espera”. De esta manera el papa Francisco, invitaba este domingo, 29 de mayo, tras la oración del Regina Caeli y antes de desvelar su lista de cardenales, a sumarse a esta iniciativa.
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Ya el año pasado el pontífice estimuló una cadena de rosarios a lo largo del mes de mayo por todo el mundo tras la pandemia. Ahora, la intención de la paz ha llevado el rosario cada sábado de este mes de mayo, al caer la tarde, a la Plaza de San Pedro. Y, para cerrar el mes, también lo ha llevado a la basílica mayor de la colina del Esquilino. El papa Francisco se ha referido en numerosas ocasiones a este ejercicio devocional. También cuando ha hablado a los jóvenes, especialmente en la JMJ de Panamá dedicada a la Virgen María. No será porque el Papa no regale rosarios a quienes le saludan durante una audiencia o un acto más o menos reducido. No obstante, la insistencia de Bergoglio a los jóvenes con el rosario siempre me ha interrogado.
La imagen
Como pastoralista, siempre es un reto presentar en toda su profundidad la figura de la Virgen María. Es verdad que se pueden resaltar sus virtudes domésticas o su disponibilidad al plan de Dios desde la sencillez de su vida escondida de Nazaret. Pero, ¿llega eso a los jóvenes con cierto grado de indiferencia o que necesitan un primer anuncio, aunque estén insertos en una sociedad de tradición cristiana?
Destaca frecuentemente Francisco que María es una mujer con la que cualquier chica de hoy se puede identificar. Fieles a esta máxima, celebramos en mi colegio una fiesta de la Virgen, María Auxiliadora el pasado 24 de mayo. Con los alumnos de Formación Profesional dejamos un poco de lado los relatos de las bodas de Caná o la visitación y nos fuimos a Jeremías (18,1-6) para encontrar una imagen de esa disposición al plan de Dios. Y con Jeremías fuimos formando la imagen de María a través de un trozo de barro.
Lectura del profeta Jeremías:
“Palabra del Señor que recibió Jeremías: Levántate y baja al taller del alfarero, y allí te comunicaré mi palabra. Bajé al taller del alfarero, que estaba trabajando en el torno. A veces, le salía mal una vasija de barro que estaba haciendo, y volvía a hacer otra vasija, según le parecía al alfarero. Entonces me vino la palabra del Señor: ¿Y no podré yo trataros a vosotros, casa de Israel, como este alfarero? –oráculo del Señor–. Mirad: como está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel”.
La carta
Nuestra celebración de la Palabra incluía una carta a María que trataba de reflejar la imagen que de la Virgen van construyendo quienes se encuentras con ella en plena juventud. Los intereses de quienes se acercan al mundo laboral y tratan de entrar en el mundo adulto, quizá antes de tiempo, encuentran en María una fuente de apoyo. He aquí la carta:
Hola, María:
Llevo ya unos meses en este colegio salesiano y empiezo a acostumbrarme a oír aquello de “María auxiliadora de los cristianos…” En estos meses, mientras cumplía una nueva etapa en mi vida, debatiéndome entre futuros inciertos y esperanzas inmediatas… me he propuesto apasionarme por mi vida. En el pasado ha habido veces que no me he querido demasiado o en las que me han faltado las fuerzas para confiar en mí misma o en los demás. Ahora sé que apasionarme por la vida es disfrutar de cada encuentro y cuidarme para acercarme más a los demás. Quién me iba a decir a mí que sentiría el colegio como mi casa, que miraría los estudios con más ganas o que iba a hacer el Camino de Santiago…
Ahora sé que esto y mucho más lo hiciste tú, María. Poco a poco estoy conociéndote y veo que en muchos sentidos me apetece ser como tú. Tú, esa “María auxilio de los cristianos…” de cada mañana o del calendario fuiste alegre y bondadosa, valiente y decidida, con una estabilidad emocional que ya quisiera para mí. Creativa, soñadora, llena de fe y confianza, la más humilde y sencilla de todas. Obediente, emprendedora y, sobre todas las cosas, nos has transmitido el amor más grande del planeta: tu Hijo Jesús.
Puede que no sea muy religiosa o que no logre entender todo lo que has supuesto para tantos cristianos y cristianas a lo largo de la historia. Puede que nos separen dos mil años y que en tu vida haya más silencios que respuestas. Pero, no sé por qué, tu serenidad me ayuda cuando me agobio ante las decisiones; tu rostro amable me invita a ser mejor; tu feminidad me ayuda a comprometerme por quienes sufren en la sociedad de hoy. Yo sé, María, que tu sonrisa no es ficticia, que tu alegría pasó por el dolor de ver la muerte de tu hijo en la cruz, algo tan profundamente doloroso como mil guerras o pandemias. Quizá un día, quizá hoy… llegue a sentirte de tal manera que pueda comprender cómo alguien frágil como esta imagen de barro recién hecha entre todos pueda sacar la fuerza interior para transformar la historia. Por eso, una vez más, te digo: “María auxiliadora de los cristianos. Ruega por nosotros”.