Durante estos últimos tiempos han coincidido dos hechos que tiene un denominador común: la petición de perdón por hechos cometidos por otros. En primer lugar, la presidenta de México, siguiendo a su antecesor en el cargo, no ha invitado a Felipe VI a su toma de posesión porque el monarca español no ha pedido perdón por la conquista de México, allá por el siglo XVI. En segundo lugar, durante el viaje del papa a Luxemburgo y Bélgica, Francisco ha vuelto a pedir perdón –una vez más– por los abusos en la Iglesia.
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Hace ya tiempo, en este mismo espacio, traje a colación un libro muy interesante sobre la cuestión del perdón. El autor es Simon Wiesenthal, el famoso cazador de nazis, y el título de la obra es ‘Los límites del perdón. Dilemas éticos y racionales de una decisión’ (Barcelona, Paidós, 1998). En esta magnífica obra se puede ver la postura judía sobre el perdón, reflejada en este texto del Talmud: “Las faltas del hombre en contra de Dios son perdonadas por el Día del Perdón [Yom Kippur]; las faltas en contra del prójimo no son perdonadas por el Día del Perdón si antes no se ha aplacado al prójimo” (Talmud de Babilonia, Yomá 85b). Traducido: ni siquiera Dios puede perdonar los pecados, faltas u ofensas cometidos contra el prójimo si este no perdona.
Por eso, si aplicáramos este principio a los casos mencionados al comienzo de estas líneas, veríamos el absurdo que supone solicitar un perdón a alguien que no ha cometido la falta o el pecado de que se trata. Ni el rey de España –ni ningún español del siglo XXI– puede pedir perdón por lo que hicieron sus antepasados (aparte de que en la conquista no hubo solo, ni principalmente, abusos, y sin olvidar el papel de muchas etnias mexicanas de entonces en la conquista, además de que las cuestiones históricas hay que interpretarlas y juzgarlas siempre con criterios históricos), ni el papa puede pedir perdón por los abusos cometidos por otros en la Iglesia.
La suerte de todos
Probablemente, a lo más que se puede aspirar es a que, si hay lugar, uno se pueda solidarizar con las víctimas y brindarles todo el apoyo posible. Y esto en virtud de una solidaridad humana elemental: todos estamos ligados en nuestro destino y sufrimos y gozamos, de una manera u otra, la suerte de todos.