Quizá porque desgranar recuerdos es uno de los tantos resabios de la edad, de cara a la celebración de la Semana Mayor del año cristiano desfilan en mi memoria atropelladamente y en completo desorden los recuerdos de las muchas, muchísimas, Semanas Santas que he vivido. Semanas Santas celebradas piadosamente y otras menos piadosas; algunas de recogimiento y otras de esparcimiento y encuentro familiar; muchas desde el hogar y otras muchas también en ciudades de hermosas tradiciones religiosas.
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Vienen a mi memoria las muy lejanas Semanas Santas de mi infancia, cuando al lado de mi mamá devotamente ayudaba en la iglesia a adornar el monumento del Jueves Santo, las visitas a los monumentos en otras iglesias, el rezo del Vía Crucis, las procesiones del Viernes Santo y la del Resucitado el Domingo de Pascua. Sigo repasando en mis recuerdos otras Semanas Santas, igualmente lejanas, cuando con mi marido y con mis hijos íbamos –también devotamente– a la iglesia para conmemorar la Última Cena y la institución de la Eucaristía, recorrer la pasión y muerte de Jesús y celebrar la resurrección de Cristo en los que se llamaban y no sé si se sigan llamando “Oficios de Semana Santa”. Repaso con nostalgia los almuerzos familiares para compartir las tradicionales empanadas de Semana Santa. En este álbum de recuerdos no podían faltar las procesiones de Sevilla, de Madrid, de Toledo y de León: resuena en mis oídos el compás que el golpe de tambores imprime al movimiento que los cargueros dan a los pasos de Jesús en el camino de la cruz y a los de la Virgen Dolorosa. Y, ¿cómo no evocar la imagen de la plaza de San Pedro repleta de fieles en la bendición urbi et orbi del Domingo de Resurrección?
Galería de recuerdos
Continúo esta galería de recuerdos revisando muchas páginas que escribí para periódicos bogotanos en las que invitaba a vivir la Semana Santa no solo en las iglesias sino en las calles donde la pasión de Jesús se repetía –traiciones, juicios amañados, persecución y muerte para un hombre justo e inocente porque incomodaba a las estructuras de poder– y a reconocer la presencia de Cristo no solo en el altar sino en cada persona enferma, triste, con necesidades materiales o de cariño y ante quienes también debíamos doblar la rodilla al acercarnos.
Son, todas, Semanas Santas que se parecen las unas a las otras y que asaltan mi memoria de cara a esta Semana Santa 2020 con la que no contábamos y para la cual no hay rúbricas litúrgicas. Tampoco propuestas turísticas. Una Semana Santa novedosa, original, insólita, excepcional, desacostumbrada, inusitada, que nos tomó por sorpresa y para la cual no nos habíamos preparado. Una Semana Santa en la que no podremos ir a la iglesia a rezar o salir al paso de las procesiones, ni hacer turismo o tomar el sol en una playa. Pero que sí podemos hacerla una “semana santa”.
Innovar creativamente
Para esta Semana Santa 2020 las parroquias católicas y las comunidades de fe, a nivel mundial, se han visto en la necesidad de innovar creativamente la conmemoración de la pasión de Jesús y la celebración de su resurrección y se las están ingeniando para entrar en las casas con excelentes propuestas de reflexión y celebración de la fe, como también con la transmisión de la liturgia de estos días por televisión y en redes sociales. Incluso desde el Vaticano el papa Francisco nos visita, podemos seguir las celebraciones presididas por él en la basílica de San Pedro completamente vacía y cada mañana en la capilla de la residencia Santa Marta.
Y por culpa de esta pandemia fue posible unirnos a su conmovedora oración en el silencio de una tarde lluviosa, cuando “desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo” –fueron sus palabras– meditó acerca de las palabras de Jesús a sus discípulos en medio de una tempestad que azotaba la barca en la que habían salido a pescar: “¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?” (Mc 4,40): una y otra vez Francisco repitió la pregunta de Jesús como “una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti”, también fueron sus palabras, e interpretó así en su oración el momento actual: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. […] Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.
Confiar en él
Las palabras de Francisco no solo mostraron el lado oscuro de nuestra realidad personal sino la buena noticia –el evangelio– que asomaba en medio de esta difícil circunstancia, pues a pesar de la tempestad que amenaza nuestra barca se puede tener fe, que no es tanto creer que Dios existe, repito las palabras de Francisco, sino ir hacia él y confiar en él: en Jesús, el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios. Desde la fe, Francisco hizo notar que las crisis son momentos de crecimiento y que la oscuridad se hace luz cuando abrimos los ojos para ver lo que antes pasaba desapercibido.
Y en esa nueva mirada, recordó, se manifiesta el Espíritu, sobre todo en la decisión de vivir la solidaridad, porque la vida del Espíritu es “capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. […] El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar”.
Activar la solidaridad
Y porque el Señor nos interpela en medio de esta tormenta y nos invita a despertar y a activar la solidaridad, estos días de aislamiento para la población mundial ante la amenaza del coronavirus serán “días santos” porque se multiplicarán los gestos extraordinarios de solidaridad de quienes se aislan para poder proteger a los demás y de quienes deben salir para que el mundo pueda seguir marchando.
Serán, además, días de reflexión, de revisar nuestras agendas, de replantear proyectos, de dar un nuevo sentido a nuestro diario quehacer y por eso serán “días santos”: lo que en teología se llama kairós, como un tiempo especial y tiempo de cambio –de cambio de mentalidad y cambio de comportamientos– porque un hecho inesperado como la pandemia que nos golpea despierta nuestra responsabilidad social, nos recuerda las carencias de otras personas y nos puede cuestionar el sentido que le damos a la vida al preguntarnos qué podemos hacer por las demás personas más allá de seguir cuidándonos para cuidarles la vida.
Días santos
Para todos y todas serán días de unión familiar en el espacio doméstico o en la distancia y gracias a la oración y a la tecnología que milagrosamente nos acercan. Días que, sin procesiones ni monumentos van a ser “días santos” en cada acto de tolerancia, de comprensión, de respeto, de servicio, de ayuda generosa.
Para quienes creemos en Jesús, el Cristo, serán días de fe y de esperanza al acompañar el camino de Jesús hacia la cruz y celebrar su resurrección porque creemos y esperamos que la vida triunfa sobre la muerte. Serán día de fe y de caridad al reconocer la presencia de Cristo en la eucaristía, como también su presencia en cada persona que espera que solidariamente nos acerquemos a ella para atender a su necesidad, como lo recordó el papa Francisco una de estas mañanas repitiendo estas palabras de Jesús: “Yo estoy siempre con ustedes en ellos”, en los pobres, en tantos que carecen de lo indispensable y en tantos a quienes no les alcanza lo que ganan, pero también en las personas necesitadas de compañía, de consuelo, de afecto. Por eso, creo, estos días serán “días santos”, días de fe, de esperanza y de caridad.
Y también días de oración. De oración que expresa solidaridad, que es experiencia de unión en la distancia, que nos ayuda a encontrarnos con nuestra interioridad y con Dios, que se hace petición al Espíritu de Dios para que actúe en las conciencias de las personas, como la que hizo Francisco también una de estas mañanas: ante “la injusticia estructural de la economía mundial” rezó para que las autoridades “encuentren un camino justo y creativo para resolver este problema”. Que es la oración que me atrevo a proponer que repitamos insistentemente en esta Semana Santa 2020 mientras cada quien contribuye desde su propio espacio y desde su propia generosidad.