No sabemos de la importancia de muchas realidades hasta que no aparece una dificultad y estas dejan de marchar como deberían. Nos sucede a muchos niveles, también a nivel mundial. En los últimos días el atasco de un buque en el Canal de Suez ha paralizado una parte importante del comercio mundial. No creo ser la única que, hasta ahora, no alcanzaba a intuir la importancia de ese pequeño paso navegable, capaz de acortar la senda entre Asia y Europa. Con suerte sabía dónde estaba y algo de la importancia que había tenido en la historia, pero no la que aún ostenta. Y es que, mientras todo funciona como debería, no somos conscientes de su relevancia ni de cómo prever que siga funcionando.
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Algo así nos sucede a todos nosotros tanto a nivel personal como social. Mientras las personas “van tirando”, van llevando adelante su vida sin mayores aspavientos, pensamos que todo fluye, sin percatarnos que quizá los navíos de su vida van demasiado cargados o no han prestado atención a si su calado respeta la profundidad del canal o pretende forzarlo a su paso. Solo cuando la realidad se impone y la gente “se atasca”, constatamos que el problema viene de atrás y no del momento en que intentó atravesar una senda estrecha. Con los grupos humanos sucede algo semejante y, si no estamos atentos a las señales que auguran un futuro atolladero, podemos permanecer impasibles, sin agilizar las vías de comunicación, hasta que se produce un embotellamiento capaz de poner en jaque las relaciones personales, como el Ever Given en el Canal de Suez.
La estrechura de la pasión
En estos días de Semana Santa es fácil tener presente cómo los amigos de Jesús también se “atascaron” existencialmente. Pedro, que se creía menos frágil de lo que era, pensaba que iba a pasar con holgura por la estrechura de la pasión y que él nunca negaría al Maestro. En cambio, se va a encasquillar por el miedo en cuanto le reconozcan como uno de sus seguidores (cf. Mc 14,66-72).
Los discípulos, que imaginaban que todo discurriría con fluidez en Jerusalén, también se vieron desbordados cuando la situación se fue angostando y dejaron solo a Aquel que seguían desde Nazaret (cf. Mc 14,50). ¿Y nosotros? ¿Qué situaciones nos estancan y nos hacen difícil avanzar? Quizá no tengamos soluciones para el Canal de Suez, pero sí podemos valorar nuestra carga, reconocer el calado de nuestra existencia y, sobre todo, escuchar al Señor recordándonos que, aunque no sepamos hacia dónde tirar, Él irá delante de nosotros (cf. Mc 16,7).