Señales de alarma


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De la sonada dimisión de Greg Burke y Paloma García Ovejero el día de fin de año, con la que el Papa ha inaugurado su particular cuesta de febrero, la primera constatación es que en la Curia vaticana los laicos dimiten mucho mejor que el resto de funcionarios. Son otros, a los que ni se les pasa por la cabeza apartarse, los que más palos ponen en las reformas de Francisco.

Algunos ven en esta renuncia una decisión para dañar al Papa. Inconcebible. Parece evidente que no se encontraban a gusto y los nombramientos de Ruffini, el nuevo prefecto, y Tornielli, el nuevo director editorial, no han ayudado a mejorar su situación. Sí parecía a gusto Vian al frente de L’Osservatore Romano y, sin embargo, los movimientos telúricos en el Dicasterio para la Comunicación se lo llevaron por delante unos días antes de la extraña dimisión.

No hay que tener nociones de comunicación de crisis para darse cuenta que la comunicación vaticana hace aguas a mes y medio de la gran cita que la Iglesia universal tiene para este 2019: el encuentro con los presidentes de las conferencias episcopales para tratar la lacra de los abusos.

Paloma García Ovejero y Greg Burke ante los medios Oficina de Prensa de la Santa Sede

 

Basta repasar el contundente mensaje que Bergoglio leyó estas navidades a la Curia para darse cuenta de lo trascendental que este tema es para el Pontífice, la determinación con la que quiere afrontarlo y, también, lo mucho que la Iglesia –y no solo el Papa– se juega con este órdago para ver lo importante que es tener la maquinaria comunicativa vaticana engrasada para informar de lo que suceda del 21 al 24 de febrero en el Vaticano.

De ahí la gravedad de esta situación justo ahora, que habla de falta de confianza. Lo que aún no está claro es quiénes fueron los primeros en perderla, en quién y por qué. ¿Bergoglio, Ruffini o los ya exportavoces?

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