“Con su trabajo el hombre ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y la técnica, y sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con sus hermanos”. (Laborem excelsens).
El voraz desarrollo capitalista ha esquilmado los recursos del planeta y ha creado las “condiciones estructurales” para que sea posible el objetivo primordial de la globalización neocapitalista, proporcionar al capital el control total sobre el trabajo y los recursos naturales, aunque para ello deba expropiar a los trabajadores de sus derechos y esquilmar la tierra.
Con valentía y clarividencia el Papa Francisco nos invita a los creyentes a denunciar el sistema económico actual: “Hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la iniquidad. Esa economía mata”. (E.G.n.53). Con parresia evangélica dice también: “No a la nueva idolatría del dinero”. “La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: la negación de la primacía del ser humano” (E.G.n.55). “No a la iniquidad que genera violencia” “Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la iniquidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia” (E.G.n.59).
El trabajo digno y estable, el trabajo decente es un elemento central de la vida, de la participación y relación social, la vía de acceso al consumo y al desarrollo personal. Al mismo tiempo genera hábitos, pautas de relación, conductas y comportamientos. Hoy, sin embargo, parece que el trabajo ya no está en condiciones de desempeñar esta función, el sistema ha configurado una sociedad donde el trabajo no es un bien para la vida sino un instrumento al servicio del capital por encima de la persona. Esta deshumanización del trabajo sitúa a la persona en una peligrosa situación de vulnerabilidad y exclusión social. “No podemos olvidar -nos dice el Papa Francisco- que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas” (E.G. n.52).
Hasta el más “corriente” tiene una dignidad
Nos encontramos en un momento crucial donde el empleo es más precario que nunca, los ingresos económicos de las familias para afrontar el día a día están sujetos a constantes manipulaciones, y la flexibilización a favor del capital cada vez asfixia más la vida de los trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, “el primer fundamento del valor del trabajo es la persona humana, su sujeto (…), se mide sobre todo con el metro de la dignidad del sujeto mismo del trabajo, o sea de la persona que lo realiza”. Es decir, todo trabajo, el «más corriente», posee la altísima dignidad propia de todo ser humano que lo lleva a cabo. Además, todo trabajo “expresa esta dignidad y la aumenta (…), porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo, es más, en un cierto sentido «se hace más hombre»”. (Laborem exercens 6, 9 y 10).
San Juan Pablo II en una de las visitas a España dijo: “El desafío que plantea hoy el trabajo humano no es sólo su organización externa, para que sea ejercido en condiciones verdaderamente humanas, sino sobre todo su transformación interior, para que sea realizado como una tarea diaria, con plenitud de sentido, esto es, de acuerdo con su significado último dentro del plan divino de salvación del hombre y del universo”. Transformar internamente nuestra actitud hacia el trabajo, a la luz de su significado trascendente, que le otorgue un sentido pleno, día a día, ese es el verdadero desafío.
Para el creyente, la dignidad y el sentido humano del trabajo conllevan una amplitud aún mayor, porque descubre en este “una expresión especial de su semejanza con Dios; y el ser humano, de esta manera, tiene capacidad y puede participar en la obra de Dios en la creación del mundo”. (Benedicto XVI, Discurso en París, 2008).
El trabajo no es mercancía
El desempleo. La precariedad laboral, la falta de perspectivas laborales que padecen los jóvenes y, por tanto, de posibilidades reales de realizar proyectos vitales es un drama que la crisis y la actual política de recortes han agudizado y constituyen uno de los principales factores que explican la grave desigualdad social y el malestar al que nos enfrentamos actualmente.
Desde el pensamiento cristiano el trabajo humano no es una mercancía que se ofrece al “alza o a la baja” en el mal llamado mercado laboral, tampoco el contrato de trabajo es un trueque, no es solamente cambio de trabajo por dinero. Hay en él unos valores humanos que nos son dados y manifestados, pues el que trabaja con toda su voluntad, el que consagra a su obra toda su fuerza, el tiempo de que dispone y entrega en él su personalidad, sus cualidades, lleva a cabo una tarea valiosa, tanto desde el punto de vista humano, como desde el punto de vista social.
Es una prestación, un servicio, una donación que aprovecha no sólo el trabajador o trabajadora, sino también, a toda la comunidad humana. Por eso, desde la Doctrina Social de la Iglesia se pide incansablemente que se reconozca la dignidad humana en el trabajador o trabajadora y se declara que el trabajo tiene un sentido, y que este sentido es social y trascendente, y que el trabajador/a debe disfrutar en el hecho mismo de trabajar, así como de sus logros o beneficios.
En la JOC estamos convencidos de que trabajar es mucho más que una forma de obtener ingresos y el no disponer de un trabajo es más que desempleo. Sin embargo, en el momento actual no cabe duda de que estamos ante nuevas formas de trabajo y modelos de regulación laboral que comportan nuevas reflexiones y nuevas estrategias de organización y de relación. Todo un reto.