El pasado 25 de enero saltaba a los medios la noticia de que un joven de 26 años había sido detenido por la Guardia Civil por profanar una serie de tumbas en el cementerio de Cheste (Valencia). Al parecer, el individuo había robado unos cincuenta objetos funerarios, llegando incluso a dejar un ataúd abierto, dejando a la vista el cadáver.
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En 1878 se encontró en Nazaret una losa de mármol con un texto de la primera mitad del siglo I que alude a esta cuestión. Según parece, esa inscripción corresponde a un rescritpto imperial, es decir, la respuesta a una pregunta o petición que se ha hecho al emperador. El texto dice:
“Sabido es que los sepulcros y las tumbas, que han sido hechos en consideración a la religión de los antepasados o de los hijos de los parientes, deben permanecer inmutables a perpetuidad. Así pues, si alguien es convicto de haberlos destruido, de haber exhumado cadáveres –no importa de qué manera– o de haber trasladado el cuerpo, con mala intención, a otros lugares, haciendo así injuria a los muertos, o de haber quitados las inscripciones o las piedras de la tumba, ordeno que ese individuo sea llevado a juicio, como si quien se dirige contra la religión de los manes [los dioses familiares romanos] lo hiciera contra los mismos dioses. Así pues, lo primero es preciso honrar a los muertos. Que no le sea permitido a nadie en absoluto cambiarlos de sitio si no quiere el convicto por violación de sepultura sufrir la pena capital”.
La resurrección de Jesús
Algunos autores, como el arqueólogo Joaquín González Echegaray, han relacionado este hallazgo con la resurrección de Jesús o, mejor dicho, con la “prueba en negativo” que supone el sepulcro vacío para la resurrección de Jesús (¿es casualidad que la pieza se encontrara precisamente en Nazaret?).
En todo caso, como se ve, los romanos –como muchos otros pueblos de la antigüedad– consideraban el respeto a las sepulturas algo tan importante que hasta se prescribía la pena capital para quien se atreviera a violarlas. Aunque haya pasado mucho tiempo, nuestra civilización e incluso nuestra humanidad requeriría que los sepulcros siguieran siendo “sagrados”.