El verano es tiempo propicio para pensar en las similitudes y diferencias entre un turista, un excursionista y un peregrino. Para hacerlo simple, hagamos un poco de caricatura.
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El turista es alguien que camina siempre distraído, mirando a derecha y a izquierda, arriba y abajo; anda mariposeando y picoteando un poco de aquí y un poco de allá, fotografiando la realidad, pero a distancia y sin meterse en ella, sin implicarse. Puede fotografiarse con muchas personas sin encontrarse con ninguna. No tiene punto de referencia. Su atuendo exige una cámara fotográfica (con palo de selfi), un sombrero, unas chanclas y una blusa colorida y estampada.
El excursionista-caminante-footinguero-marchista, por su parte, avanza decidido y sin entretenerse, porque se ha propuesto un objetivo, un tiempo, una distancia… y camina flechado en dirección hacia ello, propulsado desde su interior, queriendo cumplir lo que se ha fijado como meta. Al final, se hace también un selfi para dejar constancia de que ha cumplido. Es Juan Palomo (“yo me lo guiso y yo me lo como”): es autorreferencial. No va hacia nadie ni con nadie: camina hacia sí mismo y se encuentra consigo mismo (lo que tampoco está del todo mal).
Su vestimenta incluye chándal (en verano se dispensa), sudadera, cuentapasos, cronómetro…
El peregrino marcha atraído; sí, no dis-traído, sino a-traído; por alguien o por algo que es su referencia. Va hacia una meta que le estira desde fuera; tiene en vista un encuentro y, en el transcurso del camino, va ensayando y viviendo ya esa actitud de salida de sí mismo para acoger y ser acogido por el otro… que, para nosotros, cristianos, es el Otro, con mayúscula. Tanto da que sea el Camino de Santiago, la subida a Montserrat o la peregrinación del Rocío; es lo mismo. Va ligero de equipaje: mochila, deportivas y, a veces, Biblia y rosario.
Ciudadanos del cielo
El filósofo francés Gabriel Marcel dice que el ser humano es homo viator, “hombre viajero”, un ser siempre en camino, alguien que está de paso. En el tiempo y espacio que nos toca vivir, dice Diego Pereira, el ser humano es un peregrino que camina por este mundo en búsqueda de una mejor realización.
Así que… ¡somos todos migrantes, pasajeros, viajeros, peregrinos! Estamos todos de paso. Por eso, en la Carta a Diogneto leemos: “Para el cristiano ninguna patria es definitiva y toda patria es suya”. Somos ciudadanos del cielo, de paso por este mundo.
Y tú, ¿vives como turista, como excursionista o como peregrino?