Hace aproximadamente una década, el salesiano Jota Llorente publicó en la revista ‘Misión Joven’ un artículo en el que daba herramientas para comprender el fenómeno creciente de las series. No había llegado a nuestra realidad ni Netflix, ni HBO, ni Prime. Estas plataformas estaban en la mente de sus creadores. En aquel artículo se ofrecían claves valiosísimas para leer y dialogar con los jóvenes. Y me lancé a llevarlo al aula. Desde entonces, las referencias a personajes, situaciones, temáticas es constante en clase.
La religión está muy presente en todas ellas. Con guiños de todo tipo, casi siempre críticos. Ha hecho mella la diferencia entre espiritualidad e institución, y en la pugna por dar pie a una subjetividad libre de ataduras, triunfan los personajes que se salen de lo clásico y normal, se oponen a lo establecido y optan por una subjetividad fuera de su contexto.
En general, la mayor parte de las series que consumen los más jóvenes actualmente provienen de EEUU. Con una realidad religiosa muy diversa a la europea y española, que no se hace explícita. Se recibe entonces como algo propio y se instala con su lenguaje y experiencias en la valoración que se hace de la Iglesia. Sería un gran tema esclarecer y poner de manifiesto estas diferencias.
Otra cuestión, que me parece clave, es la pervivencia de lo religioso como algo libre, opcional, pero que siempre necesita purificación. Algo que a creyentes maduros en principio no debería escandalizar, es acogido por los más jóvenes como herramienta de descrédito frente a las instituciones religiosas. Como si estas en lugar de favorecer un sincero y libre encuentro con Dios, haciendo camino con paciencia, buscasen esconder un trasfondo oscuro de sometimiento y poder, convirtiendo de este modo lo más sublime en trámites burocráticos y situándose recurrentemente del lado de los malos.
Ciertamente se pueden leer estas series (literatura audiovisual) como una llamada y como una búsqueda. Triunfa el bien, aunque no esté claro en el inicio, y es narrado entre conflictos, tensiones y luchas. El individuo frente a la masa y las estructuras, la verdad frente a los relatos engañosos y sus mentiras creíbles, lo bello contra toda apariencia. El bien que no surge de la nada y se presenta desde el principio con cierta humildad y desprotección, que teje relaciones y va contagiando a otros, que da segundas oportunidades y sorpresas, que responde a llamadas radicales, que tiene en el corazón su sede principal, que se deja pensar y es reflexionado.
El desplazamiento hacia lo subjetivo, sin embargo, esconde un engaño. El individuo necesita su contexto para ser auténtico y abrirse paso, y mucho tiempo para acoger y escuchar antes de dar sus primeros pasos. No podemos dejarnos engañar enfrentando lo que de suyo va imperfectamente de la mano. Aquella distinción tan conocida entre religión y fe, entre sacerdocio y profetismo en el que tanto se sienten cómodos por lo “objetivo” o por lo “subjetivo”, en realidad responden más a la parábola del trigo y la cizaña que a la del buen samaritano.