El otro día fui al circo. Me gusta mucho el circo, con esa mezcla de risa y tristeza melancólica, de fortaleza y fragilidad, de diversidad apabullante y lazos tan fuertes como para lanzarte en el espacio abierto y esperar que otro te agarre fuerte. En este caso, hablo de los trapecistas; la imagen como metáfora de la confianza mutua es conocida por todos y sumamente expresiva. También están los funambulistas, esos acróbatas que realizan ejercicios sobre la cuerda floja o el alambre, con toda la confianza y la atención puestas en uno mismo, en el propio equilibrio y destreza. Otra poderosa metáfora personal.
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Pero esta vez quiero hablar de la red. El otro día, cuando estábamos en uno de los números más asombrosos, con más de 10 hombres y mujeres en el aire, casi al final, uno de ellos cayó. Fue especialmente llamativo. El resto de artistas siguieron como si no pasara nada, lanzándose de un lado a otro y continuando la danza en las alturas. La reacción del público, tras un leve suspiro, fue un aplauso cerrado al acróbata… y a la red que le sostuvo, quiero pensar.
Desde donde yo estaba sentada, la red resultaba incluso molesta, quitaba visibilidad en la pista del circo. Sin darme cuenta, creo que en algún momento hasta se me pasó por la cabeza preguntarme por qué la habrían puesto: total, tampoco se caen nunca, está todo muy asegurado…
El momento en que el trapecista cayó al vacío desde una altura enorme, caí en cuenta de varias cosas:
- El riesgo es real. El espectáculo es precioso, contemplar la dificultad nos conmueve, pero el riesgo es real. Puedes caer. Y, a veces, ocurre. No lo olvides. No seas ingenua. No eres mejor por lanzarte (a la vida, a un proyecto, a una relación) sin sopesar los peligros.
- La red es necesaria. Puede que en alguna ocasión haya que saltar sin red, mantenerse en el aire sin saber si has medido bien el impulso y el espacio o si la otra persona va a poder y querer sostenerte. Pero siempre que se pueda, el mejor espectáculo acrobático incluye prever e instalar la mejor red posible.
- Si caes, sigue adelante. La tentación hubiera sido quedarse tumbado lamentando, maldiciéndose por su torpeza o la de su compañero, pero no perdió ni un segundo en ello. Se levantó y trepó de nuevo hasta el palo más alto, junto a sus compañeros, como si no hubiera pasado nada. Y es que, en realidad, no pasó gran cosa. Esa caída no paralizó el espectáculo, ni su carrera, ni su futuro. Y a veces se nos olvida.
- Si cae tu compañero, sigue adelante. No es momento de recriminar, de hacer aspavientos, de corregir, ni siquiera de alardear de compasivo interrumpiendo la marcha. Seguir adelante haciendo lo mejor posible tu tarea es, frecuentemente, la mejor manera de no señalar los errores ajenos ni sobredimensionarlos. Y, sobre todo, de hacer que el trabajo conjunto logre su fin.
Saber caer
Yo no siempre sé caer bien. Y caer, he caído varias veces. Siempre había red, aunque a veces el golpe doliera tanto que no me lo pareciera. He saltado con compañeros de acrobacias que han parado el juego con buena o mala voluntad y hemos perdido todos; pero también con otros que me han cubierto con dignidad y una sonrisa, de esas que sin palabras te transmiten que es verdad que no pasa nada, que no se acaba el mundo, que caerse es una posibilidad entre otras.
He caído por diversas razones, tampoco tantas: me confié en exceso, me creí mejor de lo que soy, me asusté o desconfié de mí misma más de lo recomendable. Alguna vez me han dejado caer: no calcularon sus fuerzas, no quisieron arriesgar en el último momento, no me quisieron tanto como yo creía o simplemente se equivocaron, como nos pasa a todos.
Lo importante es recordar que la red está para levantarse y continuar, no para quedarse lamiendo las heridas. La gente no nos quiere perfectos, nos quiere vivos, nos quiere honestos. Humanos y trapecistas. Como la vida misma.