Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Si amaran al pueblo


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Este año en varios países se realizan votaciones para presidente, y obviamente los discursos, las narrativas, las promesas forman parte de esas discusiones de todos los días, por eso, vale la pena hacer unos comentarios sobre dos palabras claves, repetidas en este tiempo de campaña: amor y pueblo.



Palabras —que demás está decir— han sido manoseadas, devaluadas, y estiradas para hacerles significar aquello que no son realmente, al menos en las intenciones, pues si se aplicase el adagio bíblico a los políticos de “por sus obras los conocerán”, se sabría medir qué tanto se creen eso de amar al pueblo.

Rescatar el significado de las palabras

La palabra pueblo, aunque siga teniendo para muchos un sabor ideológico, es una cosa más profunda, en términos del papa Francisco, es una categoría mítica, ideal, en ese horizonte alargado de bien, es decir, un concepto superior que evoca tres cosas fundamentales, la elección, los vínculos y la pertenencia.

Es decir, el pueblo es aquella realidad que a partir de la pertenencia genera vínculos, por tanto, sus miembros conviven y se encuentran. Es una realidad activa, dinámica, sujeto, siempre en constante renovación, abierto al bien y a la esperanza. Por el contrario, la mala concepción de pueblo es aquella que lo ve como una masa anónima, inerte, ignorante, fácil de manipular, receptor, mendigo, siempre necesitado, y con ello, dependiente.

Ambas concepciones son distintas, incluso antagónicas, y lastimosamente la segunda es la que más se repite en el imaginario de muchos, peor aún, en el imaginario simbólico de los políticos.

Del amor, parecería que sobran las explicaciones. Los mismos principios de la ética social cristiana los definen, bien común, subsidiaridad, solidaridad, como triada viviente de esa huella indeleble de la obra de Dios en el hombre, creado a su imagen y semejanza.

El amor al pueblo no lo esclaviza

Por eso, si realmente amaran al pueblo… No lo usarían bajo intereses propagandísticos, pues no son una voluntad que conquistar, sino personas a las que servir.

No lo someterían a condiciones de pobreza, de marginación, de desigualdad, y de tantos males que siguen siendo noticia en la América Latina del siglo XXI.

No lo sacrificarían en el altar del poder, poniéndolo en el último lugar de un proyecto político que solo quiere aferrarse a una pseudo autoridad totalitaria.

No lo pondrían en la vitrina de la exhibición del partido, con frases románticas e imágenes idílicas y utilitarias.

No lo chantajean con las funciones propias de sus cargos, como si fuesen regalos el tener que ofrecer condiciones mínimas de desarrollo social.

No harían de éste, un discurso de la boca para fuera, para llenarse por dentro las manos y los bolsillos.

No lo volverían objeto de cifras y estadísticas para el voto, sino sujetos para salir, por sí mismo, de la pobreza.

Quizás todo esto es muy utópico, pero si amaran al pueblo, no habría corrupción, o al menos no en las grotescas proporciones que vemos todos los días.

Si amaran al pueblo, posiblemente este texto perdería su objetivo, y sería una verdadera victoria, más que la de una simple contienda electoral por obtener o mantener un puesto.

Si amaran al pueblo.


Por Rixio Gerardo Portillo R.. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey.