Si ya habitualmente no sigo mucho los deportes, desde que estoy tan lejos de mi casa y de mis rutinas habituales estoy totalmente desconectada. Apenas me entero de aquello que tiene mucho eco en las redes sociales, que es lo que me ha sucedido con ese susto monumental que se han debido llevar quienes seguían el mundial de natación sincronizada. Me refiero a cuando Anita Álvarez, una deportista estadounidense, se desmayó al terminar su ejercicio. Si ahora es solo una anécdota se debe a su entrenadora, Andrea Fuentes, que se lanzó con rapidez a rescatarla. No he podido evitar quedarme absolutamente hipnotizada con la foto de ese momento que se ha hecho viral, porque capta perfectamente el desvanecimiento que hunde a la nadadora mientras su coach se estira con desesperación para poder alcanzarla.
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Final feliz
La historia ha terminado con un final feliz, pero nos deja una fotografía espectacular que, para mí, resulta muy elocuente. Más allá de su valor técnico, me parece que habla de la vida de cualquiera, de nosotros. Muestra sin palabras esa energía arrolladora que nos brota desde lo más profundo de nuestras entrañas cuando algo que amamos corre peligro, donde no hay lógicas ni razonamientos, sino solo un impulso irrefrenable de hacer algo para evitarlo. También me habla de esa experiencia de precipitarse sin energía y acercarse peligrosamente al fondo, no de la piscina sino de la existencia, y de cómo hay siempre quienes se desviven por devolverle el oxígeno a quienes corren el riesgo de ahogarse. La imagen también me recuerda que hay algo de salvación cuando, ante ciertas situaciones, nos abandonamos en brazos de quienes nos pueden sacar de nuestras piscinas más profundas y nos dejamos salvar.
No sé qué veis vosotros cuando contempláis la fotografía, pero a mí me susurra algo parecido a lo que Israel escuchaba de parte de Dios a través del profeta: “No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán” (Is 43,1-2a). Cada uno de nosotros podemos ser, en una o en miles de ocasiones, un poco Anita Álvarez o un poco Andrea Fuentes, a punto de ahogarnos o dispuestas a jugarnos lo que haga falta con tal de dar vida y aliento a otros. Nos hace bien tenerlo en mente y esta imagen, al menos a mí, me lo recuerda.