A mediados del mes de junio, algunos medios se hicieron eco de un informe elaborado por el Instituto Reuters en colaboración con la Universidad de Oxford según el cual “los ciudadanos de todas las partes del planeta han sentido la necesidad de desconectar de las noticias tras haber percibido una merma de su bienestar mental”, como decía E. Zamorano en un artículo de ‘El Confidencial’. El informe subrayaba la falta de confianza en los medios y en la información que proporcionaban como motivo para esa “desconexión informativa”.
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Sin embargo, mi modesta experiencia, sin duda reducida y, por tanto, sin especial valor demoscópico, me dice que, en gran parte, esa desconexión se debe también (¿sobre todo?) al hecho de que lo que ofrecen los informativos son en general malas noticias: el Covid, la invasión de Ucrania, múltiples y graves casos de violencia, etc.
Una famosa inscripción
Y esto es justamente lo que me ha llamado la atención, porque, si algo caracteriza a la fe cristiana es que, desde sus orígenes, se ha presentado precisamente como “buena noticia”, que en griego se dice ‘evangelio’. Como se sabe, el término no lo inventaron los cristianos, sino que se utilizaba en el lenguaje ordinario ‒o sea, no específicamente religioso‒ de la época. Así se aprecia, por ejemplo, en una famosa inscripción hallada en la ciudad de Priene, en Asia Menor, que data del año 9 a. C.
“Puesto que la divina providencia, que ha ordenado todas las cosas interesándose por nuestras vidas, ha dispuesto el orden más perfecto otorgándonos a Augusto, a quien ha dotado de virtud divina para que fuera benefactor de la humanidad, enviándolo como salvador para nosotros y nuestros descendientes, de modo que acabara con la guerra y dispusiera en orden todas las cosas, y puesto que el César, por su aparición [epifanía] ha sobrepasado todas las esperanzas anteriores de buenas noticias [‘evangelia’], y puesto que el nacimiento del dios Augusto fue el comienzo de una buena nueva [‘evangelio’] venida para el mundo por su causa, decretamos…”. Lo que decretan los ediles de la ciudad es ni más ni menos que cambie el calendario para hacer que, a partir de esos momentos, el año comience precisamente el día del nacimiento del emperador Augusto, el 23 de septiembre.
En un mundo lleno de malas noticias, ¿sigue siendo el Evangelio y quien lo encarna, Jesucristo, una “buena nueva”?