Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Sigue vigente la declaración de la fraternidad humana?


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El documento

Hace cinco años, el 4 de febrero de 2019, el Abu Dabi dentro del viaje apostólico a los Emiratos Árabes Unidos el papa Francisco firmaba con Ahmed Al Tayeb, el gran imán de Al-Azhar, el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común”. Un texto de 1.936 palabras en su versión en árabe –3.057 en español– aceptado por todo el mundo islámico más moderado que se ha convertido en una declaración, simbólica y real, de que en el nombre de Dios no se puede justificar ningún tipo de violencia o enfrentamiento y con algunas asignaturas pendientes.



Con motivo de este aniversario, La Croix ha analizado el desarrollo en este lustro de la declaración con el decano de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Lyon, el profesor Michel Younès. Quien alaba el “grito profético” lanzado por una declaración cuyas reivindicaciones están a la orden del día. Más allá de los inédito de la foto de los líderes firmando un texto conjunto, en el contexto de 2019 era urgente ratificar “con fuerza que el extremismo es una desviación de las enseñanzas de las religiones”.

Un trasfondo, explica el profesor, que no se ha cuestionado ya que las críticas principales desde el lado católico apuntan al relativismo de una relación con el islam y desde el mundo musulmán se ha quedado en el papel del propio imán de Al-Azhar –para nada asimilable al papel del primado de Pedro–. Ante esto, “debemos trabajar en el hecho de que la fraternidad es una base, porque tenemos el mismo Padre y, por lo tanto, la misma dignidad, pero que requiere un encuentro para revisitar nuestras memorias heridas y trabajar juntos para reducir las injusticias, apoyar a los pobres y cuidar el planeta”, reclama Younès.

El papa Francisco y del gran imán de la universidad egipcia de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb

Los retos

Las tensiones en Oriente Medio han traído al primer plano la necesidad de emprender un camino de reconciliación sobre la base de la fraternidad humana. Eso demuestra, como aseguraba el teólogo Piero Coda en el primer aniversario del documento, que la declaración “no se trata de un acto diplomático coyuntural, sino de una declaración solemne que expresa una nueva toma de conciencia y un compromiso de importancia estratégica y universal por parte de dos instituciones que representan una porción considerable, de hecho la más grande y extendida, de la familia humana”. Aunque no hay que dejar de lado el compromiso individual de las personas de buena voluntad, es necesaria una apuesta determinantes de las instituciones por la paz y la convivencia, sin distinciones.

A la vuelta de aquel viaje, Francisco, en la audiencia de los miércoles, señaló que hay una “una fuerte tentación de ver un choque entre las civilizaciones cristiana e islámica” y “de considerar las religiones como fuentes de conflicto”. Por ello, el documento busca ofrecer “una nueva señal, clara y decisiva, de que es posible el encuentro, el respeto y el diálogo, y de que, a pesar de la diversidad de culturas y tradiciones, el mundo cristiano e islámico aprecia y protege los valores comunes: la vida, la familia, el sentido religioso, el honor de los ancianos, la educación de los jóvenes y otros”. Por ello, se hace necesario un cambio de mentalidad.

Otro reto que marca el documento es que basa las relaciones entre cristianos y musulmanes en algo que está más allá de la mera tolerancia o el respeto recíproco: el diálogo. Esto implica abrirse a los valores del otro. Por ello, esta apuesta por el diálogo implica una educación para la cultura de encuentro, de fraternidad, de paz. Por ello, el Pacto Mundial de Educación que promoverá Francisco en el mes de mayo se encuentra en sintonía con el valor de descubrir las riquezas del otro. “La protección de los derechos de los ancianos, de los débiles, los discapacitados y los oprimidos es una necesidad religiosa y social que debe garantizarse y protegerse a través de legislaciones rigurosas y la aplicación de las convenciones internacionales al respecto”, se lee en el documento. La fraternidad implica combatir la indiferencia y la resignación de quienes silencian las voces de los últimos. Este es un reto conjunto de todas las religiones.

Tampoco se puede olvidar otra cuestión que ambas religiones tienen pendiente. La realidad de la mujer debe potenciarse aún más en los planteamientos clásicos de católicos y musulmanes. “Es una necesidad indispensable reconocer el derecho de las mujeres a la educación, al trabajo y al ejercicio de sus derechos políticos”, dice el documento apelando a “los principios de la propia fe y dignidad”. Por ello, “deben detenerse todas las prácticas inhumanas y las costumbres vulgares que humillan la dignidad de las mujeres y trabajar para cambiar las leyes que impiden a las mujeres disfrutar plenamente de sus derechos”.