Sinceramente, ¿queremos anunciar el Evangelio?


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Conversación entre curas. Se habla de cómo lograr espacios para que los laicos participen, cómo escuchar la voz de los que no están en nuestras comunidades, cómo facilitar la participación de todos. En medio de esas consideraciones llegó el aporte de un sacerdote con mucha experiencia pastoral: “la voz de los laicos es muy clara, ellos nos hablan todos los días cuando se van, cuando dejan de participar en aquellas cosas a las que los convocamos, cuando nos tratan con afecto pero organizan sus vidas muy lejos de lo que nosotros proponemos. No es cierto que no nos hablen.”

Como suele ocurrir el diálogo derivó hacia el terreno de las excusas: que no es suficiente el clero, que falta formación, que la influencia de los medios de comunicación y un largo etcétera. Excusas. A pesar de la buena voluntad y la sacrificada vida de algunos hombres y mujeres de la Iglesia es habitual que la mayoría de las personas “elijan otras cosas”. Habitualmente ni siquiera se trata de un rechazo, simplemente “se van”. ¿Qué quiere decir ese alejamiento? ¿Qué mensaje encierra? El primer paso es encontrar una respuesta a estas preguntas y abandonar otro tipo de explicaciones que solo sirven para lograr una dudosa tranquilidad.

Es posible que no se encuentren respuestas porque sencillamente no preguntamos ese porqué. Puede ser también que nos hagamos esa pregunta entre nosotros pero que no encontremos la forma de formularla con simplicidad de corazón a familiares, amigos y conocidos con quienes tenemos una buena relación pero que no muestran ningún interés en compartir habitualmente la vida de la Iglesia.

En muchas ocasiones hemos pasado de una actitud que, de diferentes maneras, reclamaba cierta participación en los sacramentos y hasta amenazaba con la condenación eterna cuando la respuesta no era positiva, a esta nueva manera de convivir con naturalidad con quienes no demuestran ningún interés por nuestra manera de vivir la fe. Quizás sea más fácil de comprender el alejamiento de quienes “se van” que el desinterés de quienes “se quedan”. Podemos preguntarnos cual indiferencia es más preocupante, si la de aquel que no muestra ningún interés por la vida de la Iglesia o la de quienes no sienten ninguna preocupación ante el masivo alejamiento de la vida eclesial.

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Qué hacer

No se trata de resucitar aquellas prácticas de “reclutamiento” que han caído afortunadamente en desuso y que consistían mucho más en proselitismo que en evangelización. No es cuestión de volver a ellas entre otras cosas porque es posible que ahí resida la causa del alejamiento de muchos. Pero tampoco parece razonable aceptar la situación actual como algo inevitable, como un dato de la realidad que carece de importancia. Mejor dicho, aceptar la situación actual como inevitable no es sano, no es sano en el más preciso sentido de la palabra: enferma, daña la fe y la vida de nuestras comunidades.

Quizás lo primero que haya que hacer no es solo preguntarles a quienes “se van” cuales son sus motivos, es posible que también sea necesario preguntarse si esos alejamientos nos importan, si acaso nos duelen. ¿No es tiempo de preguntarse si detrás de lo que llamamos “respeto por los que piensan diferente” no se esconde un lamentable desinterés? Muchos santos y santas han derramado muchas lágrimas ante situaciones similares, otros han entregado su vida para que el Evangelio llegue hasta quienes no lo conocen.

¿Cuál indiferencia es más escandalosa, la de quienes “se van” o la de quienes “se quedan”? Si nuestras “campañas misioneras” o nuestros “planes pastorales” no logran los resultados esperados, posiblemente sea tiempo de hacerse algunas preguntas. ¿De verdad queremos saber por qué “se van”? ¿Queremos evangelizar porque sentimos en nuestro corazón ese ardor del que nos habla San Pablo cuando exclama “¡Ay de mí si no evangelizara!” (1ª Cor 9,16)?

¿Dónde nace nuestra preocupación misionera, en un corazón conmovido o de un “deber ser”? ¿En algo que queremos o en algo que nos proponemos porque el Papa los obispos o el cura nos dicen que hay que hacerlo? No es lo mismo. En el primer caso las acciones nacerán en lo más hondo de nosotros mismos, en el segundo se suscitarán “afuera”, en un mandato o una obligación. El tono de nuestra voz y toda nuestra actitud serán diferentes.

¿Quienes están más lejos, los que se quedan o los que “se van”?