Hacia fines de los 70’s, y con el mayor rigor posible, utilizábamos en las Comunidades Eclesiales de Base de América Latina el método Ver – Juzgar – Actuar, iniciado como una revisión de vida por el padre Joseph Jardin (1882-1967), fundador de la Juventud Obrera Católica (JOC), rama juvenil de la acción católica en Bélgica.
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El protocolo no era sencillo, y necesitaba de una buena conducción. Se partía de un hecho conocido por toda la comunidad -Ver-, se iluminaba con los aportes de las Ciencias Sociales y de la Sagrada Escritura -Juzgar- y se aterrizaba en propuestas de acciones concretas -Actuar- que atendieran el suceso iluminado.
La operatividad se complicaba porque no era sencillo respetar la necesaria continuidad del proceso. Por ejemplo. En algunos círculos bíblicos, que lo intentaban aplicar, se alteraban los pasos: como se quería reflexionar el Evangelio del domingo, se partía del texto -Juzgar- y se preguntaba qué acontecimiento -Ver- podía ser iluminado por ese pasaje. En vez de 1, 2, 3, se procedía 2,1,3. De hecho, el Actuar era lo de menos, al punto que, en broma y en serio, yo cuestionaba a los responsables de pastoral juvenil por haber transmutado el tercer elemento: ya no se trataba de Ver – Juzgar – Actuar, sino de Ver – Juzgar – y… hacer camisetas conmemorativas de algún ciclo litúrgico, un retiro o referentes del grupo.
Algo semejante puede pasar con la próxima asamblea sinodal, en octubre de este año. Desde la última reunión, en el otoño del 2023, se han levantado voces que cuestionan, por ejemplo, la utilidad de las mesas redondas que piden consensos casi unánimes -los progresistas llevan las de perder con los conservadores, menos dispuestos a modificar sus posiciones, muchas veces contrarias a las del papa Francisco-; alertan sobre la secreta esperanza de que todos los asambleístas se puedan poner de acuerdo, lo cual es casi imposible; y temen que no se valore el impacto de algunas sugerencias sinodales en las comunidades.
El riesgo, para quienes esperan alguna propuesta de avanzada, es que todo esté ‘tamaleado’ -como decimos en México-, que quienes se oponen a los cambios de Francisco de Roma terminen por imponer lo que ya han planteado desde el inicio.
Por ello, me parece que el peligro fundamental es participar en el proceso sinodal, ya en las consultas, ya en la propia asamblea, sin la necesaria apertura para aceptar la posibilidad de cambiar las propias certezas, de ceder ante propuestas diversas a las mías, de entender el diálogo sólo como mi derecho a expresarme, pero no también como mi deber de escuchar.
El Espíritu Santo tiene caminos desconocidos, y no respeta metodologías. Confiemos en que se convierta en el ‘factor sorpresa’ del Sínodo, y nos regale mociones semejantes a las que tuvo en el Concilio Ecuménico Vaticano II.
Pro-vocación
A partir del lunes, y durante toda la semana, se llevará cabo la Centésima Décima Sexta Asamblea Plenaria de los obispos mexicanos. Si todas estas reuniones son importantes, la que inicia mañana tiene una relevancia especial, pues las dos candidatas y el candidato a la Presidencia de la República comparecerán ante los prelados, y se someterán a su escrutinio. Además de los clásicos comunicados de prensa, no faltarán filtraciones que den cuenta de las preguntas planteadas y las respectivas respuestas. Veremos.