Sinodalidad encarnada según tiempos, lugares y personas


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El proceso sinodal, como instrumento de la Iglesia al servicio del discernimiento del Papa, comenzó hace ya varias décadas. Estaba presente, como intuición en el corazón de la visión de una Iglesia Pueblo de Dios, dentro de los documentos del Concilio Vaticano II (sobre todo en la Constitución Dogmática Lumen Gentium), y fue un elemento retomado con mucha seriedad y convicción en las posteriores Conferencias del Episcopado de América Latina y el Caribe en Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida.



La Sinodalidad no es un fin en sí misma, no es el final de un camino, sino un instrumento al servicio del Papa, como cabeza de la Iglesia, para hacer una profunda y amplia consulta sobre un tema de particular importancia; sea para un territorio o para la Iglesia toda. La riqueza de este instrumento está asociada a su capacidad de identificar la presencia de Dios en medio de los signos de los tiempos.

Sin duda, el cambio en la realidad del tiempo presente demanda una procesualidad discernida a la luz del Espíritu que permita dar los pasos necesarios, y encaminarnos hacia un destino compartido como Iglesia. No se trata, por supuesto, de imponer una idea o una visión particular, autorreferencial, por más valiosa y necesaria que sea, sino de contribuir para alcanzar un consenso moral que sirva al Papa para tener todos los elementos de discernimiento que le permitan dar un paso adelante en los nuevos caminos para la Iglesia.

En todos los procesos sinodales vividos en los años recientes a nivel territorial, regional y universal, nos hemos preguntado ¿cómo hemos sembrado semillas de conversión en este tiempo Kairós? Se trata de confiar en la presencia del Espíritu, aunque nosotros mismos no veamos los resultados y frutos que soñamos en nuestras limitaciones temporales y de mirada.

Son procesos que van más allá de nosotros, lo cual nos invita a ser humildes, sencillos, sabiendo que contribuimos a un proceso mayor, y esto nos invita siempre a purificar la intención.

Claves de discernimiento desde el Sínodo Amazónico

El Sínodo Amazónico, desde todo punto de vista, fue (y será) una contribución significativa y sustancial en el ‘kairós’ eclesial que estamos viviendo, en especial, para asegurar la relevancia de la misión de la Iglesia en el mundo y en el corazón de sus gritos y esperanzas. No solo para este territorio en Sudamérica que representa un espacio específico con sus propias características y donde acontecen algunos de los más urgentes gritos y las más fuertes esperanzas para nuestro mundo hoy, sino como un llamado a la conversión para un mundo roto que necesita de sanación y en el que la Iglesia quiere ser un verdadero signo de posibilidad de otro mañana.

La crisis climática pide una respuesta radical – de raíz – para defender el proyecto de Dios y de su Encarnación a través del cuidado de la vida, puesto que estamos llegando a un punto de no retorno. No en balde, en muchos escenarios no eclesiales, se considera la encíclica Laudato Si´ como uno de los documentos más importantes que se hayan escrito para toda la humanidad en las últimas décadas.

La defensa de la casa común es hoy un elemento inherente a nuestra identidad como creyentes, y representa un llamado a toda persona de buena voluntad para asumir este imperativo ético universal que es impostergable e ineludible.

Dicho esto, el Sínodo Amazónico abrió el debate en torno a la conversión integral de la Iglesia y sus conversiones particulares. Desde el proceso de las consultas territoriales, donde estaban expresadas las propias voces del territorio como signos vivos del pueblo de Dios, hasta la exhortación apostólica “Querida Amazonía”, junto al Sumo Pontífice, lo asistimos para trazar los lineamientos magisteriales que han de ser faros para toda la Iglesia amazónica con respecto a su identidad y misión de hoy y mañana, y como llamados firmes para el cuidado de la casa común a nivel universal.

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Premisas de la escuela de San Ignacio de Loyola para entender la sinodalidad

Para entender más a fondo la sinodalidad, quiero plantear algunas premisas Ignacianas, sobre temporalidad, territorialidad y los sujetos del proceso (tiempos, lugares y personas).

Temporalidad (tiempos)

Para comprender este Kairós, y poder asumirlo como tal sin caer en la tentación de reducirlo a una serie de eventos concatenados o bajo una visión meramente lineal, es necesario asumir la noción de tiempos a la luz de la esperanza en el Dios de la vida. Es decir, una que trasciende nuestras propias limitaciones y capacidades. El Espíritu se hace presente en los distintos momentos de la historia, pero es imposible someterlo a nuestros parámetros temporales.

La revelación de Dios es un continuo en toda la historia de fe. Este Sínodo ha sido, sin duda, un reflejo de la revelación de Dios, pero es un proceso frágil y evidentemente incompleto. Pretender interpretar toda la experiencia de este Kairós en una reducción sobre la fase Asamblearia del Sínodo, sería un triste reduccionismo de la revelación y, por tanto, un modo de asfixiar la novedad que de él quiere emerger.

Por ello, es muy importante leer la Exhortación Sinodal, y todos los documentos asociados a este evento eclesial, como algo que está en construcción y sobre lo que debemos trabajar paciente e incansablemente para llevarlo adelante. Los parámetros de temporalidad de los propios pueblos y comunidades Amazónicas, incluso los ritmos de la naturaleza, nos deben ayudar a no forzar los cambios cuando aún no es tiempo, o con base en nuestras visiones particulares y caprichos.

Debemos comprender la madurez que se requiere en los procesos, y saber también identificar aquellas urgencias que no pueden esperar y ante las que es preciso empujar transformaciones con todas las fuerzas. Para ello, necesitamos un discernimiento muy profundo, y un genuino conocimiento de la realidad territorial y eclesial.

Territorialidad (lugares)

En este Sínodo se hizo un énfasis sobre la importancia de reconocer al territorio como lugar teológico. En nuestra identidad de creyentes, la Encarnación de Jesús acontece en un marco territorial específico como expresión del amor de Dios por su creación y el deseo de su redención. La divinidad se territorializa, asume la condición humana, se inserta en una cultura específica y en sus rasgos identitarios e históricos, para luego trascenderla y hacer camino para llegar a todos y todas en este mundo. En este sentido la Amazonía es un verdadero lugar teológico, y en ello los pueblos y comunidades que ahí viven, con sus identidades culturales y procesos históricos, son también potencial y real fuente de revelación.

Este Sínodo ha abierto una nueva categoría que estaba ya expresada en el Concilio Vaticano II al hablar de una región socio-cultural específica como espacio privilegiado para comprender el modo en que Dios se inserta en medio de nuestra realidad sin arrasar la riqueza existente, sino asumiendo e iluminando la riqueza espiritual y cultural ya presente allí.

Si Dios se encarna en la periferia, lo hace también en las culturas específicas, grandes o pequeñas, y nuestra vocación debe ser el buscar el modo de que esa presencia de Dios y las semillas del Verbo encarnado fructifiquen y florezcan dando mayor fuerza a la propia cultura y territorio.

Ningún temor sustentado en el deseo de someter la revelación a una determinada y limitada cultura, quizás por un deseo de continuidad colonizadora, podrá ser una digna expresión del modo en que Dios camina con toda la humanidad en su deseo de redención. Así que, una invitación esencial es el sacarnos las sandalias para pisar la tierra sagrada de la diversidad cultural y territorial en donde la revelación ha querido acontecer en este Sínodo de la Amazonía.

Sujetos del proceso (personas)

Una de las grandes novedades de este Sínodo fue, como concreción del deseo del Papa Francisco que se expresa en la Constitución Apostólica “Episcopalis Communio”, la ampliación en la diversidad de participantes del Sínodo. Hemos vivido una presencia inédita de toda la diversidad territorial en el proceso de escucha conducido por la REPAM para la preparación de los documentos del Sínodo, y, aunque siempre ampliable, se tuvo la mayor presencia de mujeres en Asamblea con respecto a cualquier otro Sínodo.

Las voces de los pueblos originarios, mujeres y hombres, retumbaron en el aula Sinodal para conmover y transformar el modo en que se discutía sobre un territorio que ya no era algo lejano o comprendido simplemente desde una lectura distante, sino que se tornaba en un discernimiento y búsqueda de caminos concretos a la luz de las presencias vivas y los relatos de los propios pueblos y comunidades Amazónicos que fueron sujetos de su propia historia en este Sínodo.

Voces de los pueblos originarios representando sus propias organizaciones, desde la vivencia del sacerdocio indígena, de la vida consagrada de miembros de los pueblos amazónicos, y de mujeres y hombres de distintas comunidades tradicionales, marcaron una ruptura irreversible con respecto a otros Sínodos.

El deseo del Papa Francisco por encontrarse de modo especial y privado con los representantes de los pueblos originarios durante la Asamblea, confirma esta opción preferencial por la periferia como fuente de luz y de vida para iluminar al centro, para que ellos ayuden a la Iglesia en su reforma sinodal. Nada que se discuta sobre el Sínodo tendrá sentido sin la presencia y participación activa de los propios representantes de este territorio, sean miembros de la Iglesia o de sus pueblos y comunidades, ya que son ellos los sujetos de su propia historia.

Concluyo con una oración del siervo de Dios P. Pedro Arrupe s.j., como consigna que nos invite a todos-as, miembros de la Iglesia o personas de buena voluntad, para poner nuestras fragilidades y fortalezas en la certeza de la revelación de Dios que está presente en este proceso Sinodal en marcha:

No tengo miedo al nuevo mundo que surge. Me espanta que podamos dar respuestas de ayer a los problemas de mañana. No pretendemos defender nuestras equivocaciones, pero tampoco queremos cometer la mayor de todas: la de esperar con los brazos cruzados y no hacer nada por miedo a equivocarnos…


Por Mauricio López Oropeza. Director del Centro Pastoral de Redes y Acción Social del CELAM