En febrero de 2020, en entrevista para La Stampa, el Papa expresaba sobre el Sínodo de la Amazonía lo siguiente: “Es hijo de la Laudato si’, quien no la haya leído, nunca entenderá el Sínodo para la Amazonía”.
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“Laudato si’ no es una encíclica verde, es una encíclica social, que se basa en una realidad “verde”, la custodia de la Creación”. Con estas palabras establece la relación de este territorio Amazónico con el futuro del planeta. Francisco continúa diciendo que estamos en “una situación de emergencia mundial. Nuestro Sínodo será de urgencia”.
El Sínodo Amazónico expresó la necesaria visión multidimensional sobre la ecología integral para un territorio específico, tal y como anticipaba Aparecida. Muchos creyentes no consideran que el cuidado de la casa común sea un elemento inherente a su identidad como miembros de esta Iglesia.
Por ello, es imperativo cambiar esta situación. El creyente del tiempo presente, para ser genuinamente seguidor de Cristo, debe asumir un compromiso real y creíble sobre el cuidado de la casa común en obras y palabras, de lo contrario no lo será plenamente.
Fruto de una Iglesia peregrina y discípula misionera
Tenemos el nacimiento de una estructura inédita, de corte sinodal, como fruto del Sínodo: La Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA), que solo puede comprenderse como fruto, todavía en ciernes, resultante de un largo camino de una Iglesia peregrina y discípula misionera en la región Latinoamericana, y como resultado evidente del discernimiento y los llamados del Concilio Vaticano II
El documento sobre la identidad y fundamentos de la CEAMA expresa que:
El Concilio Vaticano II llamó a las iglesias locales a insertarse en las culturas de los pueblos “a semejanza de la economía de la Encarnación” (AG 22ª). La lógica de la Encarnación enseña que Dios, en Jesucristo, se vincula a los seres humanos que viven en las “culturas propias de los pueblos” (AG 9) y que la Iglesia, Pueblo de Dios inserto entre los pueblos del mundo, tiene la belleza de un rostro pluriforme porque arraiga en muchas culturas (EG 116). Cada “gran territorio socio – cultural” (AG 22b) marca el rostro de una iglesia o de una agrupación de iglesias. La catolicidad del único Pueblo de Dios se realiza en la rica diversidad de las culturas y genera “la variedad de las iglesias locales” (LG 23), con sus peculiaridades teológicas, litúrgicas, espirituales, pastorales y canónicas (LG 23d, AG 19).
En mi intervención en el Aula Sinodal, en octubre de 2019 ,mencionaba una cuestión: ¿Cuál es la verdadera gran novedad en todo este proceso Sinodal Panamazónico? Es, como lo dice bellamente el No. 2 del Instrumentum Laboris, la irrupción de un nuevo sujeto eclesial en perspectiva territorial que va llegando desde la periferia.
Además la territorialidad como lugar teológico NO es una amenaza contra la manera de comprensión y organización tradicional de la Iglesia, sino la expresión de la continuidad del misterio de la Encarnación a la que no se le puede poner límites.
Dios sigue encarnado y encarnándose en los márgenes donde Él mismo decidió territorializarse a través del salvífico vientre de nuestra madre María, mujer sencilla y de la periferia.
Amazonía, verdadero locus
En definitiva, queremos una nueva estructura regional panamazónica que sea el vehículo propicio para llevar adelante las novedades del Espíritu que nacieron con este Sínodo y que permita también afirmar la dimensión eclesiológica emergente.
No es casualidad que la experiencia de trabajar en comunión eclesial como la que hemos vivido estos años, sea una luz que ha ayudado a otros territorios a pensarse desde esta misma perspectiva: en el Congo, en Mesoamérica, en parte de la región de los bosques tropicales de Asia Pacífico, en la articulación europea alrededor de Laudato si’, y, más moderadamente, en Norteamérica y el acuífero Guaraní.
Este Sínodo hizo un énfasis sobre la importancia de reconocer al territorio como lugar teológico. La divinidad se territorializa, asume la condición humana, se inserta en una cultura específica y en sus rasgos identitarios e históricos, para luego trascenderla y hacer camino de redención, tal y como hizo Jesús mismo.
Por tanto, la Amazonía es un verdadero locus, y en ello los pueblos y comunidades que ahí viven, con sus identidades culturales y procesos históricos, son fuente de revelación. Dios se inserta en medio de nuestra realidad y nos llama a hacer presencia sin arrasar la riqueza existente, sino asumiendo la Presencia viva en medio de este territorio.
Si Dios se encarna en la periferia, lo hace también en las culturas específicas, grandes o pequeñas, y nuestra vocación debe ser el buscar el modo en que esa presencia de Dios y las semillas del Verbo encarnado fructifiquen y florezcan en la propia cultura.