En Francia, país católico en el que el alejamiento de la Iglesia ha sido un fenómeno particularmente consistente y significativo en el curso de los últimos cincuenta años, se está dando un vivaz debate entre intelectuales católicos para entender las causas de este fenómeno, debate que -a pesar de muchas voces que discuten sobre las consecuencias del Concilio Vaticano II- se desvía mucho por argumentación y por interpretación de aquel tan tradicional entre católicos “de izquierdas” y católicos “conservadores” que se originó justo en el periodo post-conciliar.
Divisiones en periodos, temas y propuestas interpretativas nuevas son por tanto planteadas por los jóvenes, pero en algunos casos también por ancianos y notables estudiosos, como Alain Besançon que, en el último número de la revista ‘Commentaire’, propone un original análisis de la crisis de la Iglesia. La parte más interesante de un largo discurso que acusa a la intelectualización del cristianismo, que según él empuja a cada uno a hacerse una pequeña religión personal, es la relativa a los sacramentos.
“El tercer hijo se quedó sin bautizar”
Besaçon sospecha que una de las causas del alejamiento sea de hecho la intolerancia hacia la administración de las rutinas de los sacramentos, desde el momento en que se quiere que el sentido del sacramento se comprenda antes de su administración. Y pone el ejemplo de una joven mujer cubierta de piercings y tatuajes, de costumbres liberales, que tuvo un hijo y lo bautizó según la costumbre de su familia, e hizo lo mismo con el segundo. Cuando nace el tercero, el viejo sacerdote había sido sustituido, y su joven sucesor le dijo que primero debía seguir un curso de catecismo cristiano, que le impartiría él mismo durante dos meses. La joven trabajaba, no tenía tiempo, y así el tercer hijo se quedó sin bautizar.
El comentario de Besançon es muy severo: “El bautismo no es una lección que haya que aprender de memoria, un capítulo de teología para entender (…) El bautismo es un acto fuera de serie, objetivo, ‘ex opere operato’. La Iglesia, en una sola acción, recibe al nuevo creyente en la comunidad de la fe y lo integra en el Cuerpo místico de Cristo. Esto no tiene nada que ver con el pequeño sermón que se hace normalmente. Éste se olvidará en una hora, mientras el sacramento, incancelable, marca al niño aún más profundamente, aún más definitivamente que la circuncisión que introduce al niño en el pueblo judío”.
Esta confianza en la eficacia del sacramento, a pesar del convencimiento del que lo recibe, es extendida por Besançon también al matrimonio que, como sabemos, debe estar precedido por una preparación más o menos larga. Se empieza por un libro de 55 páginas, que está compuesto de capítulos desde el título: la felicidad en el matrimonio; el matrimonio, un sacramento; ¿Habrá misa en nuestra boda?…
A este compromiso se añade la redacción de una carta de presentación que, una vez escrita, debe devolverse al párroco y conservada en los archivos diocesanos. “Hace falta que el amor natural sea ardiente -comenta- porque las parejas se casan después de haber escrito la carta de motivación”.
El rito se convierte en prescindible
De este modo “el bautismo se ha sustituido por el sentido del bautismo, el matrimonio por el sentido del matrimonio (…) el rito está aún presente, pero se podría prescindir de él. Lo que ha desaparecido al final es Dios (…) la fe del carbonero no estaba iluminada pero Dios estaba, como en el mundo antiguo, muy cercano, se podía tocar, respirar (…) Dios se ha deshecho . Y es así que la apología lleva a un ateísmo inconsciente de sí mismo“.
Básicamente, para Besançon hace falta preguntarse si todos los intentos hechos para cortar la hemorragia de fieles de la Iglesia no han hecho sino agravarla. Se trata de una pregunta sincera, que vale la pena tener en cuenta seriamente, yendo más allá de los antiguos contrastes, mirando más allá, más a lo grande.
Cuando en la Iglesia se ha dejado de bautizar, casar, confesar, simplemente en obediencia a una tradición, para llegar a la administración consciente de los sacramentos, el resultado ha sido decepcionante: han disminuido vertiginosamente los que los han solicitado; ¿hubieran disminuido también si se hubiera continuado como antes, fiándose solo de la fuerza del sacramento y el peso de la tradición? Es una buena pregunta la que plantea Besançon y, aunque es difícil dar una respuesta, hace reflexionar, volver a debatir sobre las costumbres adquiridas. Y esto es siempre positivo.