Muchas voces de Iglesia han querido destacar en los medios y en las redes sociales su presencia pública –con otros muchos– en medio del desastre trágico de la DANA valenciana. Es de justicia destacarlo aunque como bien ha subrayado el cardenal Czerny, prefecto para el Desarrollo Humano Integral, al pisar el barro del sufrimiento acompañado de su arzobispo Enrique Benavent: “Aquí, la Iglesia no habla, actúa”.
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Este mensaje me lleva a recordar algo de lo que las parroquias jesuitas formulaban allá por 2008 en su deseo de formularse como “comunidades de solidaridad” . Y que viene –me parece modestamente– muy a cuento tras la ola de solidaridad que la tragedia valenciana ha desencadenado también –junto a otros– en el ámbito parroquial.
Por encima del inmediatismo
Porque hace pocos días escuchaba en una parroquia de Alcalá de Henares la proclamación del Evangelio (ojalá también lo proclamáramos con nuestra vida) que narraba el ejemplo de la viuda que al dar unas moneditas, entregó todo lo que tenía para vivir. El óbolo de la viuda que Jesús captó deliciosamente en su vida cotidiana –solo basta mirar alrededor para ver a Dios humanizado como sacramento de la vida– se multiplica milagrosamente, como los cinco panes y los dos peces, en los gestos diarios y ocultos de las miles de “viudas” de nuestras parroquias.
Jesús nos enseñó a descubrir este gesto. Y nosotros lo disfrutamos prácticamente todos los días… Una lámpara encendida, una limosna anónima, un donativo oculto, una visita a los dolientes …
Sin desaprovechar lo más mínimo estos gestos cotidianos habrá que seguir tendiendo a la conversión de la solidaridad individual y puntual en una solidaridad comunitaria y estructural.
Es un gran desafío de hoy a la acción social parroquial o de otros espacios eclesiales. Muchas veces nos volcamos en un lugar, en un tiempo puntual; predomina la solidaridad “de huracán”, de “colecta urgente”, de estímulo inmediato.
Manteniendo el gesto y el impulso sobrevenido, hay que educar la mirada, la cabeza y el corazón hacia otra perspectiva y descubrir que este don es un reto que tendremos que profundizar; caminando más hacia el descubrimiento de que lo importante, individual y colectivamente, no es sólo cómo paliar los efectos del desastre, sino hacer a las gentes menos vulnerables a los desastres y ayudar no solo a que sobreviva hoy, sino a garantizar, hoy y mañana, las condiciones estables de supervivencia y desarrollo.
De ahí la necesidad de acudir a algunas mediaciones para que el don de la solidaridad no se quede en estrella fugaz.
- Por ejemplo, la formación permanente, de la que tan necesitados estamos hoy día en las diócesis y en las parroquias. Sobre todo en Doctrina Social de la Iglesia.
- O el análisis y la reflexión que dé sentido a largo plazo a lo que se hace. Y la oración discernida
- O implicarse en proyectos de largo alcance, tanto en el tiempo como en el espacio.
Posiblemente con ello nuestra solidaridad tiene menos protagonismo pero tendrá más eficacia. Y será más acorde con lo que nace de la espiritualidad de Ignacio Loyola que ilumina también el quehacer parroquial. Y de paso también, acentuar el diálogo y el protagonismo laical frente al dirigismo y el clericalismo.