La ministra
El goteo de nombres y la toma de posesión de los nuevos ministras y ministros ha sido el tema más presente en los titulares de los medios generalistas españoles durante la semana pasada. Algunos de los elegidos para conformar el nuevo ejecutivo han despertado sorpresa o admiración, como es el caso del astronauta Pedro Duque.
Los asuntos religiosos orgánicamente están vinculados al Ministerio de Justicia, responsable de las libertades esenciales de los ciudadanos. Tras la promesa del cargo en la Zarzuela ante el rey –sin cruz ni Biblia, siguiendo el ejemplo del presidente Pedro Sánchez–, la nueva ministra del ramo, Dolores Delgado, cogió el relevo de Rafael Catalá, en la sede del ministerio y en su primeras palabras, entre nerviosismo y espontaneidad, no se ha dejado de lado a las confesiones religiosas.
Delgado –que señaló que prefiere dejar de lado el María de su nombre–, que ha sido hasta ahora fiscal especialista en terrorismo yihadista de la Audiencia Nacional y coordinadora antiterrorista, fue directa: “Creo que las confesiones religiosas son importantes porque a veces algunas de las soluciones a grandes problemas como puede ser el terrorismo y este, quizás sea mi fuerte, viene por comprender al otro, a lo diferente y lo diverso”. Parece que, frente a posibles recelos de las acciones de este gobierno, no hay por qué desconfiar de estas palabras de la ministra.
Y, a renglón seguido, como consecuencia o efecto de las palabras anteriores, declaró que “este va a ser un Ministerio que trabaje por esos valores democráticos y por esa sociedad que espera mucho de nosotros y que no van a faltar ilusión, ganas y fuerzas para intentar conseguirlo”.
La carta
Entre los rumores de los ministeriables, el lunes pasado, se hacía pública la carta del cardenal Ricardo Blázquez, como presidente de la Conferencia Episcopal Española, había enviado felicitando a Sánchez por su nuevo cargo al frente del Gobierno. En esta misiva amable, el arzobispo de Valladolid le hacía su “disposición personal y la de esta Conferencia Episcopal para colaborar sinceramente con las autoridades legítimas del Estado en orden al mejor servicio del bien común”.
Sin entrar en polémicas, como el gesto del juramento o las declaraciones anteriores en las que Sánchez ha hecho gala de un laicismo estricto, el cardenal le recuerda las finalidades compartidas por las autoridades civiles y el compromiso cristianos “al servicio del bien común, la unidad, prosperidad y cohesión social de nuestro país, la paz, la justicia, la libertad y el bien común de todos los ciudadanos”.
Más cartas se han repetido en esta semana en la que la actividad parlamentaria ha quedado relegada al atractivo de los buenos propósitos de los nuevos cargos políticos. Por ejemplo, Escuelas Católicas escribió a la nueva Ministra de Educación y Formación Profesional para mostrar toda la disposición de la escuela de inspiración católica para “poder trabajar desde el consensoy, de este modo, alcanzar el Pacto Educativo y la estabilidad del sistema educativo”.
La gobernabilidad
Ciertamente esta “luna de miel” del nuevo Gobierno ha empezado con un interesante manejo del discurso en la línea del mejor respeto democrático y plural. Para los analistas menos críticos con las opciones de izquierda, los signos de esperanza que ha transmitido esta semana con traspasos de poderes “ejemplares” o imágenes inclusivas e integradoras por doquier… han parecido hacer olvidar el escenario parlamentario en el que nos encontramos y el difícil paso que el nuevo Ejecutivo debe hacer para desarrollar una auténtica gobernabilidad que no deje fuera a nadie.
Para ello, puede que se haga necesario que Sánchez se deshaga de algunos de los lastres y clichés que ha utilizado para encumbrarse como cabeza de su partido. Desde el “no es no” pasando por algunas reclamaciones extremas propias de ese laicismo beligerante del que ha hecho gala (desprestigio de los Acuerdos Iglesia-Estado, visión anticlerical de la Memoria Histórica, eutanasia para todos…). Son tiempo de minorías parlamentarias, puede que sea la oportunidad para que este final de legislatura sea un tiempo para entender un poco de alta política que comprende las sensibilidades de los demás y no una campaña electoral anticipada escondida entre unos ministros ‘estrella’.
Las primeras palabras de la ministra de Justicia pueden ir en esta línea.