El pasado 25 de mayo, la delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, Gloria Calero, en una declaración en la que condenaba los últimos casos de agresión sexual en esa Comunidad, afirmó: “¿Qué os está pasando a los hombres, que estamos retrocediendo a esta cultura de la violación que creíamos desterrada?”
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Como miembro del colectivo masculino, me veo en la obligación protestar enérgicamente: a mí no me pasa nada, porque yo no he violado a nadie. Es más, ninguno de los hombres que conozco ha cometido una atrocidad semejante. Por eso, yo no le voy a pedir a la señora Calero –en lo que sería justa correspondencia– que explique por qué está aliada, como mujer que es, a esas otras féminas que secuestran a sus hijos –algunas de las cuales, por cierto, son indultadas por el Gobierno–, o que vejan a ancianos o les roban, o que envenenan a sus parejas.
Personalidad corporativa
En la Biblia, durante mucho tiempo, estuvo en vigor un esquema social según el cual un individuo en realidad no era tal, sino más bien un miembro de un determinado grupo humano: familia, clan o tribu. Es lo que se denomina “personalidad corporativa”. Esto permitía pensar que las faltas o los aciertos de unos repercutieran en los otros, pues todos participaban de alguna manera en una especie de “magma familiar”. Es lo que se ve en este texto: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, que mantiene la clemencia hasta la milésima generación, que perdona la culpa, el delito y el pecado, pero no los deja impunes y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación” (Ex 34,6-7).
Sin embargo, corriendo el tiempo, las cosas cambiaron. Lo cual se percibe en algunos textos proféticos, como este: “Me fue dirigida esta palabra del Señor: ‘¿Por qué andáis repitiendo este refrán en la tierra de Israel?: Los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera. Por mi vida –oráculo del Señor Dios– que nadie volverá a repetir ese refrán en Israel, porque todas las vidas son mías: la vida del padre como la del hijo. El que peque, ese morirá’” (Ez 18,1-4).
El esquema de la personalidad corporativa pervivió en Israel bastante tiempo; solo hay que recordar las palabras de los discípulos de Jesús ante un ciego de nacimiento: “Maestro, ¿quién pecó: este o sus padres, para que naciera ciego?” (Jn 9,2). Pero la responsabilidad personal fue algo ya adquirido e irrenunciable. Es una lástima que algunas delegadas del Gobierno no se hayan enterado aún.