Rafael Salomón
Comunicador católico

Sumidos en el mundo virtual


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–¡Las personas no me ponen atención!–. Es una frase que he escuchado frecuentemente, es una realidad, hemos dejado de escuchar y de entender las necesidades de las personas. Vivimos tan inmersos en nuestros problemas que olvidamos escuchar el diálogo y las necesidades de nuestro prójimo. No todos, sin duda, pero una gran mayoría van a su ritmo y no tienen tiempo para conocer las necesidades de los demás.



Esto trae consecuencias muy graves como la deshumanización, el no valorar a nuestros semejantes y el distanciamiento entre nosotros mismos. Hace poco en una sala de espera fui testigo de eso y es que cada persona que llegaba, revisaba con impulso desmedido su teléfono, ignorando a los demás.

Lo que veían en sus pantallas era tan interesante, o eso parecía, que al estar aislados los sumía en un mundo virtual muy entretenido y hasta más apetecible que la sala en la que estabamos todos.

Hacer ‘phubbing’

No se pronunció ni un saludo, cada uno a lo que iba, a la consulta, nadie dijo nada y más bien, parecía que evitaban pronunciar alguna palabra, sus audífonos permitían que se aislaran cada vez más.

Así son las nuevas generaciones, sin intención de entablar conversación, ni lo desean. Estuve un poco más de media hora en esa incómoda sala de espera, hasta que la recepcionista pronunció mi nombre. La sorpresa fue que el doctor, también estaba viendo su teléfono y apenas pronunció algo parecido a un saludo.

Me senté y su mirada ni siquiera se movió del dispositivo, me estaba haciendo ‘phubbing’, acción que consiste en ignorar a una persona por prestar atención al teléfono celular. Es una combinación de las palabras en inglés ‘phone’ (teléfono) y ‘snubbing’ (hacer un desprecio). Pensé que en horas laborales deberían restringir el uso de estos aparatos.

Doctor con teléfono móvil

Doctor con teléfono móvil. Foto: Unsplash

Exceso de atención al teléfono

Transcurrieron unos cuántos minutos, mientras aproveché para observar el consultorio y los detalles que en él había. Con la facilidad que tiene un actor de cambiar su rostro en diferentes escenas, me mostró la máscara de ¡Qué alegría verte! Algo difícil de creer porque hace unos segundos su rostro era de preocupación por lo que estaba leyendo.

Me hizo las preguntas de rutina y de vez en cuando y con una mirada veloz leía los mensajes que llegaban a su teléfono, cambiando su cara de preocupación por la de un falso interés por mí.

La consulta duró 50 minutos exactos y al finalizar escribió una receta dándome indicaciones finales, quise comentarle algo, pero… su actitud me indicaba que mi tiempo había concluído y su exceso de atención a su teléfono me hicieron salir con la sensación de desánimo de aquel consultorio para encontrarme con la recepcionista, quien también tenía la mirada en su teléfono.

Relaciones cada vez más débiles

Algunos pacientes seguían esperando su turno para ser atendidos por los diferentes doctores, observando incansablemente sus teléfonos. Entiendo que no es un lugar para socializar, pero ni una mirada para observar el entorno y poner mínimamente atención a los seres humanos que estábamos ahí.

Creo que nos hemos despersonalizado al grado de ignorarnos, razón por la que nuestras relaciones son cada vez más débiles, hemos perdido el trato a los demás.

Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas y así cumplirán la ley de Cristo”. Gálatas 6, 2.

Nos hemos alejado de estos principios fundamentales, razón por la que en ocasiones somos nosotros los que expresamos: ¡No me ponen atención!