En plenos momentos del discurrir futbolístico de estos últimos coletazos de la competiciones, una tarjeta roja, y más si es fuera del terreno de juego, es en bastantes ocasiones (sobre todo en el mercadeo futbolero) una tragedia deportiva, económica a veces, y estigmatizadora. No suele suceder más que en determinados casos, si es que sucede, en el entorno de la salida del campo de los intervinientes en el juego. Pero fuera del estadio, no tiene valor.
Bueno en todos los casos no es así. Por ejemplo en el ámbito de los menores que quieren jugar federados en equipos de fútbol, porque si son menores emigrantes no pueden hacerlo. Tienen tarjeta roja, fuera del terreno de juego y de antemano.
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Esta injusticia la está denunciando José Palazón, el activista e importante defensor de los derechos humanos a pie de vecindad en Melilla, dando la voz, cuando publicita este caso como ejemplo: “Soy M.J., tengo 14 años y vivo en Melilla. Una de las cosas que más me gusta, como a la mayoría de los niños de mi edad, es jugar al fútbol cuando salgo del colegio. Hasta hace poco jugaba en un equipo, hasta que este año me expulsaron, porque, como no tengo papeles, no puedo estar federado”.
Y es que la Ley del Deporte impide el ejercicio regulado del deporte a extranjeros y a los menores no comunitarios se les exige acreditar cinco años de residencia ininterrumpidos y que sus padres no se hayan mudado por seguirle en su vida futbolística.
Cinco años son muchos para poder demostrar esa residencia. Incluso hay otros que llegan con 10 años y que no pueden acceder a la práctica federada del fútbol hasta los 15. O que no puede aportar los contratos de trabajo de sus padres, en muchos casos trabajadores precarios o de economía sumergida. Y el rizo de los rizos es lo que ocurre con menores que vienen a España a través de un programa de estudios y solo desean jugar como hobby en un equipo de fútbol base.
Una herramienta de integración
No hay que olvidar que, si bien hay que evitar el tráfico de menores en el mercadeo futbolístico, el deporte, y en este caso el fútbol, es una poderosa herramienta de integración. Evitar casos de engaño o abuso en el acceso a la practica deportiva es pretender matar moscas a cañonazos. Una solución que perjudica a miles de menores en España. En estos casos, las fronteras y las vallas se colocan invisiblemente antes de saltar al césped.
Habrá que revisar la “jugada” en el VAR correspondiente, porque el tratado internacional sobre la Convención de los Derechos del Niño establece en su artículo 31 que se reconoce el derecho del niño(a) al juego, pero que además los Estados deben propiciar las oportunidades para que pueda participar, en condiciones de igualdad, de la vida cultural, artística, recreativa y de esparcimiento.
El Comité de Derechos del Niño, organismo encargado de velar por el cumplimiento de esta Convención, ha señalado que el derecho al juego es especialmente importante en condiciones de pobreza, o de niños en situación de conflicto humanitario. Como se ve, a los bautizos, bodas y comuniones civiles habrá que incorporar según estos casos la realidad de excomuniones civiles.
Pero no lo olvidemos: no hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana…
Pues eso: ¡Tarjeta roja a estas prohibiciones!