Profesor universitario, responsable de Derechos Humanos de Justicia y Paz y vicepresidente de la Federación Española para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos

Te toca… por ser hombre


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Por ser hombre te toca tener que empuñar un arma contra otra persona a la que otros han definido como tu enemigo. Un hombre, una mujer que tendrá su familia, su casa, sus perros, que le gustará pasear como a ti, ver una serie de televisión como a ti, beber un buen vino como a ti, hacer el amor como a ti, que le gustará jugar con sus hijos y contarles cuentos por la noche como a ti te gusta, que rezará a su Dios como tú rezas al tuyo, o no…



Por ser hombre te toca quedarte a defender tu tierra porque otros han decidido que eso es tu deber para con la patria, la cultura y la religión. Esas tres palabras que tanto daño han hecho y siguen haciendo a la humanidad cuando se esgrimen frente a otros. Por ser hombre te toca atacar a otros o defenderte de ellos, disparándoles, bombardeándoles, hiriéndoles sin que te permitas pensar que son personas aunque lo sean, que tienen hijos aunque los tengan, que tienen amores aunque los tengan, que son seres humanos como tú, aunque lo sean.

Los hombres no lloran… y  menos en guerra

Por ser hombre te toca separarte de tu familia y vivir con la incertidumbre de no saber qué será de ellos. Por ser hombre y estar en edad de combatir, a tu hijo de dieciocho años que hasta ahora se entretenía jugando a videojuegos, le obligan a empuñar un fusil ante su mirada aterrada.

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Por ser hombre te toca ser guerrero y fuerte, hacerte duro porque desde siempre te dijeron que eso era lo que significaba ser hombre, cabeza de familia, productor y resolutivo. Por ser hombre te toca embrutecerte con las armas y no llorar, porque los hombres no lloran y menos en una guerra. No vaya a ser que te vean débil y desmoralices a tus compañeros. Porque hay que mantener el tipo para ser un modelo para tu familia y un ejemplo a seguir.

Y si mueres lo harás como un héroe y te llevarán flores a la tumba, y te impondrán medallas al valor a título póstumo los mismos que desde sus sillones, alejados de la guerra y seguros de cualquier riesgo, se permitieron decidir sobre tu destino y tu modo de entender la masculinidad.