Hemos celebrado una nueva Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales y como todos los años el Santo Padre se dirigió de manera especial a los comunicadores a través de un mensaje. En esta ocasión, desde el mismo título, quedaba claro el objetivo: “’Somos miembros unos de otros’ (Ef 4,25). De las comunidades en las redes sociales a la comunidad humana”. Como en otras oportunidades, el Papa expresó su preocupación: la comunicación, a través de esas tecnologías que hoy disponemos, corre el peligro de deshumanizar los encuentros, de encerrar en la soledad, en lugar de abrir los corazones hacia una mayor capacidad de compartir.
Se trata de una inquietud legítima, y sin dudas, estamos ante una problemática a la que se debe estar atento. Lo que dice el Papa es iluminador y abre caminos para reflexiones nuevas y sorprendentes. Pero es necesario tener en cuenta que nos encontramos ante un fenómeno de extraordinaria importancia y complejidad que exige un estudio riguroso y profundo.
Solo se da un primer paso al comparar las comunicaciones “virtuales” y las que se dan “cara a cara”, para luego señalar que las primeras no pueden reemplazar a las segundas. En realidad, se trata de dos formas de comunicación diferentes y complementarias, no solo contrapuestas.
La insistencia sobre la importancia del cuerpo humano como elemento clave de la comunicación puede llevar a una simplificación peligrosa: oponer como dos modalidades antagónicas la comunicación que se puede experimentar cuando las personas están físicamente presentes y la que se registra entre quienes están alejados. Nadie duda de la diferencia entre ambas; está muy claro que no es lo mismo, pero no necesariamente una es mejor comunicación que la otra.
Curiosamente, gracias a la tecnología, hoy algunas personas tienen la posibilidad de lograr contactos muy profundos y auténticos con quienes se encuentran físicamente distantes, y al vivir esa experiencia toman conciencia de la superficialidad e insignificancia que tienen los vínculos que establecen con personas con las que conviven. La profundidad y autenticidad no dependen solamente del tipo de medio a través del cual se produce el encuentro, se trata de algo más complejo.
Aunque suene un poco dura la comparación hay que reconocer que un sitio web puede resultar un espacio cálido y acogedor, y una madre de familia puede ser fría y distante. Un adolescente puede establecer un vínculo profundo y enriquecedor con otro que vive en un país lejano y no lograr vincularse con sus compañeros de escuela. Son comunicaciones y formas diferentes que no solo pueden ser comprendidas contraponiendo una a la otra. El fenómeno es más complejo.
Otro ejemplo puede servirnos e invitar a la reflexión: la ternura del Papa Francisco ha llegado al mundo entero y conmueve a hombres y mujeres de las más diversas culturas y de todas edades, pero esa ternura emocionante se ha transmitido a través de pantallas, no por un contacto corporal con cada uno de los millones que lo siguen y lo aman. El afecto que despierta el Papa es afecto verdadero aunque el vehículo por el que se produce el contacto sea electrónico y aunque, obviamente, no sea igual ver al Papa en una pantalla que verlo personalmente.
Un misterio para meditar
Sí, “somos miembros unos de otros” como dice el Apóstol de los gentiles, y en estos tiempos y gracias a las actuales tecnologías de comunicación estamos como nunca tomando conciencia de esa gran verdad. Además, como nos enseña la Revelación y la doctrina de la Iglesia hemos sido creados a imagen de Dios que es Trinidad, Comunión, comunicación plena más allá de todo lo que podemos expresar. Por eso mismo, observada desde la fe, la comunicación social en todas sus formas expresa un misterio a meditar, no solo un problema moral a resolver.
Las alucinantes tecnologías con las que hoy contamos están poniendo ante nuestros ojos de una manera nueva el misterio del hombre y de la creación. Se trata de un nuevo “lugar teológico” en donde se manifiesta el misterio de Dios y que exige una reflexión en primer lugar teológica. Más tarde, de esas consideraciones podrán surgir planteos morales o recomendaciones pastorales. Pero si recorremos el camino en la otra dirección y comenzamos por las consideraciones de tipo moral o pastoral, difícilmente se descubran algún día las riquezas que esconden estos medios “virtuales”, “fríos”, “lejanos”; pero quizás portadores de otra nueva forma de ser cristianos.