Hay algunas desgracias que no tienen sentido, que no se lo encontramos, que son malas y tienen unas terribles consecuencias. Por mucho que intentemos buscar un motivo para que hayan sucedido, es imposible encontrarlo porque son cosas y hechos tan terribles, que no hay que afanarse en buscar explicaciones o porqués. Se dan y ya está, han sucedido y las consecuencias, muchas veces, es imposible repararlas.
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La inundación de finales de octubre en Valencia fue una de estas situaciones. El dolor que han provocado las pérdidas humanas, la destrucción material y la mala gestión previa y posterior de la misma, son difíciles de reparar. Tampoco se puede encontrar una explicación razonable a lo que ha sucedido. No la tiene, es una desgracia sin más. Ahora bien, en los momentos peores, en el instante de la tragedia, siempre surge algo que, si bien no compensa los daños, hace que los perjudicados vean que puede haber esperanza que puede surgir la bondad del corazón de las personas.
Ángeles de la guarda
Las inundaciones del Horta Sud son un ejemplo de esto, muchos sacaron lo mejor de sí mismos en medio de la desgracia. Por un lado estuvieron los ángeles de la guarda. Todas esas personas que ayudaron a desconocidos e impidieron que fallecieran dándoles la mano cuando la corriente los llevaba, abriéndoles la puerta para que se alojasen esa noche en su casa, rescatándolos de una muerte segura o de un lugar comprometido… Y eso lo hicieron sin dudarlo, arriesgando su propia vida, aunque no se diesen cuenta hasta después, cuando ya había pasado el peligro.
Luego tuvimos la segunda riada de estos días, la de los voluntarios, la de miles y miles de personas que atravesaban lo que algunos quieren denominar la “pasarela de la esperanza” para salir de la comodidad de sus casas en las que no había sucedido nada, para ayudar a quienes habían sido afectados por las aguas. Tal vez sea difícil de entender la emoción que daba ir con tus pertrechos por ese puente al mismo tiempo que miles de personas más, especialmente jóvenes, que dejaban su vida regalada para ofrecer sus fuerzas y sus ganas a los demás, a quienes estaban pasándolo muy mal.
Y esto a pesar de que nuestros responsables quisieron limitar su llegada aduciendo que molestaban, que impedían la eficacia de las actuaciones de ayuda. ¿No hubiese sido más efectivo agradecerles la ayuda y organizarlos o dirigirlos hacia los lugares más necesitados? De hecho, el domingo en el que los reyes y los presidentes tuvieron su accidentada visita, nos pidieron que no fuésemos a ayudar. Menos mal que muchos no hicieron caso.
Saber que hay personas que ayudan en los momentos malos, no te soluciona el problema, pero sí que te hace sentir el cariño y la preocupación de la gente, te hace sentirte querido y que importas para alguien. Cuando de la desgracia surgen mareas de solidaridad, sabemos que podemos tener esperanza, que la cara buena de la humanidad sigue ahí.