Tirón de orejas papal


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Tremendo zasca del Papa a los medios de comunicación, a los que les pide que no caigan en la tentación de la coprofilia. Asombra la palabra, pero, por gráfica, todos entienden lo que quiere decir. Y, además, tiene razón. Hay mucho de morbo enfermizo en esos medios que siguen por el aeropuerto a la niña cuyo padre ha sido detenido por usar su enfermedad degenerativa para lucrarse. Pero no aporta ya nada a la información ese atosigamiento de cámaras y micrófonos por los pasillos porque, por más que pixelen la cara de la pequeña, no pueden hacer lo mismo con los recuerdos de semejante cacería.

Para Francisco, el mayor daño es la desinformación. ¿Pensaba en la noticia, compartida un millón de veces en Facebook, según la cual habría dado su apoyo a Trump? ¿Influyó eso en el decisivo voto católico? Quizás haya que lamentar que las redes sociales, convertidas en un incontrolable sumidero, estén sustituyendo la información que antes se redactaba con criterios periodístics. Esto no tiene que ver con el corporativismo porque, aunque duela, es toda la sociedad la que sufre las consecuencias. Seguro que este creciente descrédito lo tiene merecido la profesión, aunque todos paguemos los desmanes de una parte.

Pero ojo con quienes, en la Iglesia, quieran sacar pecho ante la prensa con un “ya lo decía yo” a cuenta de las palabras de Bergoglio. Las medias verdades aún proliferan en el ámbito informativo eclesial. Lo de menos son nuestros pequeños pinochos, casi tiernos si los comparamos con los que directamente ocultan información, aunque sepan que tapan un delito.

Lo decía, ya en 1973, el obispo Cirarda: “Es preciso informar de las cosas buenas y de las que no lo son tanto, o son positivamente malas. El secretismo es antinatural en la Iglesia”. Y, puestos a denigrar, hay medios católicos que no se quedan atrás… Asómense a ellos y verán.

Publicado en el número 3.016 de Vida Nueva. Ver sumario

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