La serie
Este artículo contiene spoilers del primer y segundo capítulo de la primera temporada de la serie ‘Mrs. Davis’
Lo mismo que el ‘Libro de Mormón’ cuenta que Jesucristo después de recorrer Tierra Santa se fue a Norteamérica, la serie producida por Warner Bros. Television y emitida dentro de la plataforma HBO Max ‘Mrs. Davis’ empieza insinuando que también el Santo Grial hizo este viaje tras la persecución a los templarios. Esta serie de ciencia ficción busca hacer un retrato cada vez menos apocalíptico de la sociedad en la que vivimos.
“Todo lo que siempre he querido está aquí en este sitio, con vosotras”. Dice el día de su cumpleaños a su comunidad religiosa del Convento de Nuestra Señora del Valle Inmaculado la monja sor Simone –en el siglo Elisabeth–, cuyo apostolado consiste en desenmascarar a magos que utilizan sus trucos para estafar a pobres infelices. Una vida religiosa aderezada con extravagancias estadounidenses y deliciosos temas musicales country. Un escenario en el que Simone ofrece resistencia al algoritmo que parece gobernarlo todo y frente a todo. Algo que tendrá que hacer sola después de que el convento, sustentado por los escasos ingresos de la venta de mermelada casera, sea vendido para dar paso a una diáspora de las hermanas.
En el primer capítulo las palabras “desconectarse” y “apagarse” resuenan casi de forma impotente. Son los deseos de esta monja frente a los logros deshumanizadores de la inteligencia artificial. Algo que solo será ejecutado si la monja logra encontrar el Santo Grial y descubrirlo, según propone la propia inteligencia artificial, la llamada señora Davis.
Una estrategia en la que la inteligencia artificial ha ido ganando adeptos y generando misiones –“conseguir las alas” se llama en la serie– a quienes son atrapados por las redes. Una aniquilación de la tradición que pasa por meter dentro del sistema a quienes están fuera de mundo virtual como es el caso de la intrépida religiosa apasionada por los caballos. “La revolución vendrá de las señoras de la limpieza” –que no tengan WhatsApp o Facebook se sobreentiende– dice el aliado de la monja en esta resistencia que parece imposible. Mientras, en esta lucha abundan quienes parecen muy satisfechos de bailar al son que marque la música del algoritmo, haciendo gustos de su portavoz ante Simone a través de la conexión bluetooth de los auriculares.
“Planteamos estos grandes, enormes temas de fe, religión, tecnología; nuestras relaciones con todas esas cosas, entre nosotros. Estas preguntas más grandes no son necesariamente contestadas. Lo que acabamos haciendo es que nos centramos en las relaciones y, como audiencia, esas son las preguntas que quieres que se respondan. Quiere saber cómo acaban las cosas entre la gente. Porque eso es lo que más nos atrae y fascina”, explicaba en unas declaraciones el director de la serie Owen Harris mostrando indiferencia frente a lo más trascendente en pro del posible morbo sentimental que suscita alguien que profesa el voto de castidad.
El algoritmo
Tremendismo y optimismo ingenuo se unen a partes iguales cuando se afronta el debate sobre los límites de la tecnología. La presentación del algoritmo como una prototípica agradable señora madura –con recurrentes ramalazos robóticos– es una muestra de cómo sin apenas darnos cuenta las implicaciones de la tecnología llegan a las vetas más íntimas en insospechadas del comportamiento humano.
En este sentido es curioso como la ficción parece enfrentar a Google contras la espiritualidad del ‘Cantar de los cantares’, la magia frente a la ingeniería como un matrimonio necesario que reúne tanto a crédulos y escépticos en la dinámica de la vida y la realidad. En el fondo es muy significativo que una religiosa refleja la única postura crítica frente al algoritmo que regula los sentimientos y pulsiones que dominan el mundo adormecido por la retroalimentación que la tecnología genera desde todos los prismas visibles e invisibles. La alegoría que supone la Sra. Davis –el algoritmo– encuentra su resistencia en quien conoce la búsqueda de Jonás en Nínive y en la ballena, la resurrección de Lázaro o el auténtico mensaje indestructible de la eucaristía en la Última Cena. Algo que por cierto, no gusta a todos.
“Mis usuarios no responden a la verdad, son más participativos si les digo exactamente lo que quieren oír”, dice en un momento la inteligencia artificial. Profecía de la narrativa los tiempos actuales en la que cada uno fragua su papel en función de los impulsos más viscerales donde todo es cuestión de víctimas y adversarios.