El milagro es uno de los temas que hoy, desde la racionalidad científica, incomodan más a la religión en general y al cristianismo en particular. Parece que la situación se salva, si se interpretan como metáforas y narraciones, una especie de cuentos que quieren decir algo partiendo de una historia inventada. Entonces, ¿la religión se inventa cosas?
Una definición muy básica, pero muy potente de ‘milagro’ es aquello que sucede y en lo que puedo reconocer a Dios, cuya realidad no se explicaría su presencia y su acción. Por ejemplo, unos hombres en Argelia permanecen en su monasterio pese a las amenazas de muerte recibidas, que al final se cumplen; y lo hacen por amor y con ánimo de reconciliar a los hermanos divididos, y de esta manera entregar la vida por Cristo hasta el final. Y esto, que parecerá locura, es un milagro. Incomprensible sin el Dios vivo y verdadero.
Siempre han existido los milagros y todavía hoy se viven. Si por ‘milagro’ entendemos algo maravilloso que nos provoca admiración o si nos adentramos más en el terreno de lo extraordinario. Lo mismo si nos hacemos eco de los ‘signos’ y ‘señales’, que son las palabras preferidas del Evangelio para hablar de estas acciones de Jesús tan sorprendentes. Siguen ocurriendo y trastocando la vida de cientos de personas obligándolas a mirar más allá. Pero, sobre todo, Dios sigue actuando en la vida de las personas y en la historia.
¡Está Dios!
Hemos desalojado la fe de la vida cotidiana con tanta fuerza, que parece que hay que hacer un esfuerzo, por lo demás sublime, para descubrir a Dios como presencia cercana, lo que en realidad es la fe. Quizá, solo quizá, la fe nos aproximaría más a los milagros vividos como milagros. Porque puede darse el caso de que se viva algo extraordinario y se renuncie a preguntar e indagar más sobre él, conformándose solo con una de sus caras. Por ejemplo, al ser amado, al ser perdonado, al sentir bellamente que estamos en el lugar del mundo que nos corresponde, al asistir al nacimiento de un hijo o hija, al entregarse a los demás sin esperar nada a cambio. En todo esto, de forma muy especial decimos los cristianos, está Dios. ¿Nos lo creemos?
¿Qué aguardamos en Adviento, sino un milagro impresionante y celebrar que Dios se ha hecho persona? ¿No es el Adviento, como tiempo, una preparación para adecuar nuestra mirada al milagro de Dios, dilatar nuestra esperanza hasta el punto de que queda lo inesperado? ¿No es Adviento, y también la Navidad, el tiempo de la apertura a lo incomprensible como lo aceptado, al reconocimiento de que Dios vive ya en nuestro mundo aún estamos nosotros dispersos y distraídos en él? ¿No es el milagro como el Adviento, de algún modo, eso que nos separa y nos aleja mucho del mundo que dábamos por sabido y que imaginábamos controlable?