En sociedades tan secularizadas como las europeas, es probable que la respuesta sea un rápido “no”. Quizá se les obsequie el debido respeto en protocolos oficiales y diplomáticos, y una pequeña grey, compuesta casi en su totalidad por adultos mayores, les seguirá llamando “excelencia”, y buscará besar su anillo episcopal. El progresivo alejamiento de los fieles ha significado, también, un desconocimiento de estas figuras, otrora fundamentales en un Continente que desde hace décadas es de misión.
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¿Pero en América Latina, en donde todavía la mayoría de la población se dice católica, y en la que las comunidades sumidas en la miseria ven en su Iglesia un resguardo vital? Si quienes viven en rancherías o favelas tienen aprecio por el cura que está con ellos, que sufre sus carestías y angustias, cuando saben que los visitará el obispo, ese señor que cada vez menos vive en ostentosos palacios y se traslada en automóviles de lujo, hay una gran alegría: gracias a él cuentan con un párroco cercano y sensible a sus penas.
De ser cierta esta genérica descripción, los pastores latinoamericanos gozan todavía de una favorable atención por parte de sus ovejas, y no sólo en materia religiosa, sino inclusive política. Este dato, repito, si es efectivo, causaría desasosiego en las élites políticas, temerosas de que los influyentes clérigos pusieran a la población en su contra.
Tal tesis, más sociológica que pastoral, ha vuelto a plantearse en México, a raíz del ‘Mensaje al Pueblo de México sobre la Iniciativa de una Reforma Constitucional en Materia Electoral’. El documento de la Conferencia Episcopal Mexicana sostiene que tal iniciativa, capitaneada por el partido en el poder y el presidente de la república, es “claramente regresiva”.
No pocos comentaristas advirtieron que el belicoso primer mandatario había recibido un fuerte golpe, a manos de también fuertes líderes sociales. ¿En verdad tienen tanto peso los obispos? ¿Es real su capacidad para poner en aprietos a la clase política? ¿Esta les sigue viendo con la capacidad de armar una revuelta semejante a la época cristera?
Hay prelados que, todavía con una vieja mentalidad -y es paradójico pero con frecuencia son jóvenes cronológicamente-, acuden a la teoría de las dos espadas, que coloca en igualdad de poder al sagrado y al mundano.
Otros obispos, más cercanos a los cambios epocales que estamos viviendo, relativizan esta autoridad, y asumen con humildad un liderazgo testimonial, más basado en la humildad del evangelio que en los entresijos políticos de los cabildeos palaciegos.
La actual dirigencia del episcopado mexicano en su conjunto, me parece, está optando por este segundo modelo que, a final de cuentas, quizá pueda resultar todavía más peligroso que el primero para las élites dominantes. Veremos.
Pro-vocación
Y si en vez de pan… ¿tortillas? La ancestral escasez de productos básicos en Cuba ha llegado hasta la harina con la que se fabrican las obleas para las misas, las hostias. Este hecho ha ocasionado que las celebraciones eucarísticas se pongan en entredicho, por la falta de este insumo. Pero, ante la emergencia: ¿no se podría apelar a la creatividad y buscar la manera de mantener el necesario culto con… tortillas, por ejemplo? Se trataría de una medida excepcional y, de paso, se asumiría una encarnación litúrgica en esas comunidades para quienes la tortilla es el alimento básico.